Mariángeles Sánchez (*)
Como mamás y papás, solemos compartir retazos de escenas notables en nuestras redes sociales, encendidos por los momentos vividos y deseosos de eternizarlos. Sin sospechar que esta actividad, que abarca los posteos que se concretan en términos de rol, se denomina “sharenting” y consiste en una interpretación del propio ejercicio parental a través de la publicación de información y fotografías de nuestros hijos. Aunque se trate de una costumbre frecuente y aparentemente inofensiva, demanda nuestra atención. En todos los casos, el sharenting es una práctica cuestionable, que merece una reflexión personal y social, así como una toma de acción precisa por parte de madres y padres. Porque seguimos haciendo públicas imágenes de nuestros hijos sin pensar en las posibles consecuencias de nuestra conducta, presentes y futuras. Derivaciones que no somos capaces de imaginar siquiera, por lo que una opción prudencial sería abstenernos de hacer circular cualquier tipo de dato que los involucre.
Las plataformas no son sólo mediadoras, sino que moldean la performance de los actos sociales que en ellas se desarrollan. Al tiempo que los facilitan, los están pautando.
Como adultos, compartir online información propia es una decisión que asumimos, cuyos efectos recaen sobre nosotros mismos. En cambio, al exponer nuestros vínculos en contextos que escapan a nuestro control, queda flotando la pregunta de hasta dónde se extiende nuestra persona digital y empieza la de nuestros hijos. La situación reclama ser precavidos siempre.
Adicionalmente, el principio de progresividad es una referencia insoslayable. A medida que los chicos crecen van adquiriendo autonomía y ampliando su capacidad de participación en asuntos que los afectan de manera directa. Por eso, cabe que sean consultados antes de protagonizar una historia familiar en Instagram, por ejemplo. Y esta consulta es el pie perfecto para conversar sobre qué entraña publicar información online y cuáles son los beneficios de una autorrepresentación relacional frente a audiencias desconocidas. Tanto nosotros como ellos tenemos que saber que cualquier posteo es público y que va perfilando una huella digital que supone una pérdida de la intimidad.
Por encima de todo, la privacidad de niñas y niños debe ser resguardada. Y debe entenderse como algo relevante y delicado, conectado con el acceso a uno mismo, al propio mundo interior y a la dignidad personal.
(*) Directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.