Por Arturo Brooks
El campo de los “estudios de la felicidad” ha florecido en las últimas dos décadas y se ha desarrollado un consenso sobre el bienestar a medida que avanzamos en la vida. Existe una sólida evidencia que sugiere que la felicidad de la mayoría de los adultos disminuye entre los 30 y los 40 años, y luego toca fondo a principios de los 50. Nada acerca de este patrón está escrito en piedra, por supuesto. Pero los datos parecen inquietantemente consistentes con mi experiencia: mis 40 y principios de los 50 no fueron un período especialmente feliz de mi vida, a pesar de que me iba bien en lo laboral.
Entonces, ¿qué puede esperar la gente después de eso? Las noticias son mixtas. Casi todos los estudios sobre la felicidad a lo largo de la vida muestran que, en los países más ricos, la satisfacción de la mayoría de las personas comienza a aumentar de nuevo a partir de los 50, hasta los 70 años más o menos. En los países más pobres es un poco distinto. Sin embargo, independientemente de dónde vivan, a partir de los 70 años las cosas se vuelven menos predecibles. Algunas personas se mantienen firmes en su felicidad; otros se vuelven incluso más felices hasta la muerte. Y otros, en particular los hombres, ven cómo su felicidad se desploma. De hecho, las tasas de depresión y suicidio de los hombres aumentan después de los 75 años.
Algunos investigadores han analizado a este último grupo para comprender qué impulsa su infelicidad y han encontrado una palabra clave: irrelevancia. En 2007, un equipo de investigadores académicos de Universidad de California y Princeton analizó datos de más de 1.000 adultos mayores. Sus hallazgos, publicados en Journal of Gerontology, mostraron que las personas mayores que rara vez o nunca “se sentían útiles” tenían casi tres veces más probabilidades de desarrollar una discapacidad leve que aquellos que se sentían útiles con frecuencia, y tenían más del triple de probabilidades de morir durante el transcurso del estudio. Se podría pensar que las personas realizadas son menos susceptibles que otras a este sentido de irrelevancia; después de todo, el logro de las metas individuales es una fuente de felicidad bien documentada. Pero si el logro trae felicidad, ¿entonces el recuerdo de ese logro no debería proporcionar algo de felicidad también? Tal vez no. Algunos estudios parecen indicar todo lo contrario.










