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Concepción del Uruguay
martes, abril 29, 2025

Hojas sueltas… Pasado en copa nueva

Sergio A. Rossi

Al revés que en una cita que circula habitualmente de El XVIII Brumario de Luis Bonaparte (Karl Marx, 1852), hay historias que se dan primero como comedia y suenan luego como tragedia.
En la primera mitad del siglo XVIII Jonathan Swift (1667-1745), el autor de “Los viajes de Gulliver”, publicó “Una modesta proposición”, librito satírico que proponía resolver el problema de la pobreza en Irlanda y la falta de comida con un simple trámite que beneficiaría a todos: que los pobres del reino pudieran vender a sus hijos como alimento para los ricos.
La antropofagia infantil, contrarrestaría las hambrunas que asolaban a Irlanda, llegando incluso a sugerir cómo cocinarlos. De esa manera tendrían menos bocas que alimentar en sus familias campesinas, y brindarían un alimento de calidad a sus conciudadanos afortunados.
Swift decía en ese libro cuyo título completo era “Una humilde proposición para evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o el país, y para que aporten un beneficio público”, que no le parecía algo tan innovador, siendo que esos ricos ya se venían devorando a los padres a fuerza de explotarlos.
La sátira implica el uso de un humor exagerado para criticar personas o ideas, exponiendo con ironía su hipocresía o ridiculizando sus vicios y errores porque injusticias como el hambre, los abusos de poder y la corrupción, la pobreza, las consecuencias del cambio climático, las desigualdades de género y la codicia humana siguen ahí. Inmisericorde, la sátira social saca a la luz conductas hipócritas. Busca no dejar indiferente. Quedan dudas sobre si ciertos candidatos y candidatas que posan como leones de melena eréctil y panteras quemadas al rhum son meros farsantes e impostores que actúan un libreto estudiado por especialistas en manipulación social; si son oportunistas que van a la deriva buscando presas de arrebato entre desencantados con motivo y angustiados con más enojo que tino; o si son solamente unos delirantes con verba inflamada que profieren desatinos peligrosos en su marcha de ambición y de poder. Esta disyuntiva no es banal. Pero sí es claro que, con sus desmesuras y su grotesco deambular amenazante, hacen que las parodias extravagantes de Peter Capusotto y las ironías centenarias de Jonathan Swift palidezcan, se opaquen y destiñan, y luzcan como prudentes y desabridas pinturas de realismo costumbrista.

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