Sergio A. Rossi
Al revés que en una cita que circula habitualmente de El XVIII Brumario de Luis Bonaparte (Karl Marx, 1852), hay historias que se dan primero como comedia y suenan luego como tragedia.
En la primera mitad del siglo XVIII Jonathan Swift (1667-1745), el autor de “Los viajes de Gulliver”, publicó “Una modesta proposición”, librito satírico que proponía resolver el problema de la pobreza en Irlanda y la falta de comida con un simple trámite que beneficiaría a todos: que los pobres del reino pudieran vender a sus hijos como alimento para los ricos.
La antropofagia infantil, contrarrestaría las hambrunas que asolaban a Irlanda, llegando incluso a sugerir cómo cocinarlos. De esa manera tendrían menos bocas que alimentar en sus familias campesinas, y brindarían un alimento de calidad a sus conciudadanos afortunados.
Swift decía en ese libro cuyo título completo era “Una humilde proposición para evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o el país, y para que aporten un beneficio público”, que no le parecía algo tan innovador, siendo que esos ricos ya se venían devorando a los padres a fuerza de explotarlos.
La sátira implica el uso de un humor exagerado para criticar personas o ideas, exponiendo con ironía su hipocresía o ridiculizando sus vicios y errores porque injusticias como el hambre, los abusos de poder y la corrupción, la pobreza, las consecuencias del cambio climático, las desigualdades de género y la codicia humana siguen ahí. Inmisericorde, la sátira social saca a la luz conductas hipócritas. Busca no dejar indiferente. Quedan dudas sobre si ciertos candidatos y candidatas que posan como leones de melena eréctil y panteras quemadas al rhum son meros farsantes e impostores que actúan un libreto estudiado por especialistas en manipulación social; si son oportunistas que van a la deriva buscando presas de arrebato entre desencantados con motivo y angustiados con más enojo que tino; o si son solamente unos delirantes con verba inflamada que profieren desatinos peligrosos en su marcha de ambición y de poder. Esta disyuntiva no es banal. Pero sí es claro que, con sus desmesuras y su grotesco deambular amenazante, hacen que las parodias extravagantes de Peter Capusotto y las ironías centenarias de Jonathan Swift palidezcan, se opaquen y destiñan, y luzcan como prudentes y desabridas pinturas de realismo costumbrista.