Sin infancia no hay futuro. Cuidar de la salud física y mental de quienes van a ser los adultos del día de mañana debería ser responsabilidad de todos. Sin embargo, existen indicios de que la hostilidad hacia la infancia aumenta de manera significativa. Hostilidad a la niñez y a todo lo que la rodea: crianza, dependencia, vulnerabilidad. No en vano, este sistema supedita la vida a lo productivo, al mercado, y valora únicamente aquello que da beneficio económico, al tiempo que menosprecia lo que es esencial para la reproducción humana.
Actitud que se expresa en miradas de reprobación, cuando una niña o un niño llora desconsoladamente en el espacio público. Cuando nos molestan más sus gritos que los de otra persona. O cuando se les dice y se les hace algo que nunca haríamos a un adulto. Sin embargo, esto es tan solo la punta del iceberg de una “niñofobia” creciente en una sociedad profundamente hipócrita con la infancia, que idealiza a los más pequeños -criaturas hermosas, calladas y sonrientes de la publicidad-, mientras se da la espalda a sus necesidades reales.
La “niñofobia” es resultado de una sociedad productivista. Los niños no producen, en consecuencia no interesan, excepto cuando se convierten en consumidores y pueden generar beneficio económico la industria alimenticia, a la textil o la de los juguetes.
Luego se espera que se comporten como adultos, que estén callados y quietos, que sean sumisos… ¡y estamos en una pandemia! El confinamiento nos ha mantenido a grandes y chicos encerrados en casa las 24 horas durante semanas.
Pero los niños sufrieron la peor parte por la imposibilidad de satisfacer sus necesidades, y porque fueron tachados de “supercontagiadores”, algo que se ha demostrado que era falso. Una medida que ha dejado secuelas en niños temerosos a la hora de salir a la calle, o más adictos, si cabe, a las pantallas. La organización Save the Children afirma que una de cada cuatro criaturas confinadas padecen hoy problemas de ansiedad y corren el riesgo de sufrir trastornos psicológicos permanentes, incluida la depresión. Porque, aunque digan que los chicos se adaptan a todo, esa es una verdad incompleta si no se aclara que esa adaptación trae consigo consecuencias.
(*)Por: Esther Vivas