Hojas Sueltas. ¿Moda pasajera?

David Bueno

La neuroeducación, o neurociencia educativa, es una disciplina científica y académica emergente que, como cualquier otro campo del conocimiento, necesita de buenos profesionales para su avance y aplicación. Actualmente no es difícil encontrar propuestas formativas basadas en la neuroeducación; realizando una búsqueda simple en internet se pueden encontrar cursos semipresenciales y online. Sin embargo, ¿es sólo una moda pasajera? La neuroeducación es un campo del saber cuyo objetivo es acercar los conocimientos actuales en neurociencia a la práctica educativa en el aula. Esto implica analizar cómo funciona, se forma y madura el cerebro, y cómo los aprendizajes y experiencias que viven los alumnos influyen en su construcción y, por extensión, en su funcionamiento futuro. Existen datos muy interesantes sobre el papel de la motivación y las emociones en los aprendizajes; sobre el esfuerzo y la resiliencia; sobre la mentalidad de crecimiento y el papel de las funciones ejecutivas, como la planificación, la reflexión, la toma de decisiones y la gestión emocional, entre otros, y sobre el apoyo y la confianza que los adultos podemos transmitir a nuestros hijos y alumnos. Pero es necesario aclarar algo: la neuroeducación no es un sustituto de la pedagogía, ni podría serlo si alguien se lo propusiera. Aporta datos complementarios desde una disciplina para optimizar las propuestas educativas, teniendo en cuenta los aspectos biológico-funcionales del órgano que fija y gestiona los aprendizajes y todos nuestros comportamientos: el cerebro. Un neuroeducador debe ser, simplemente, un educador que además de su experiencia y sus conocimientos en pedagogía y didáctica, también tiene conocimientos básicos sobre cómo funciona, se forma y madura el cerebro, y de qué manera los aprendizajes y experiencias que viven los alumnos, con especial énfasis en el estado emocional con que las viven, influyen en su construcción y, por extensión, en su funcionamiento futuro. Pero eso no es suficiente. No es sólo cuestión de conocimientos, un educador debe predicar con el ejemplo. Debe vivir en su interior lo que dice. Tiene que querer crecer todos los días, también junto a sus alumnos. Debe experimentar el placer de saber que todo lo que hace está influyendo también en la construcción permanente de su propio cerebro, para transmitir a sus alumnos el placer por su propio crecimiento y maduración. Si no lo hacemos de esta forma nos arriesgamos a que la neuroeducación se convierta sólo en una moda pasajera.