David Bueno
Las metáforas forman parte de la idiosincrasia humana. Estimulan el nuestro pensamiento para que nos obliguen a establecer relaciones inesperadas entre el significado literal y las ideas imaginadas. Estudios científicos han identificado las zonas del cerebro que se activan cuando las utilizamos. Además de los circuitos neuronales implicados en el lenguaje y la creatividad, su comprensión depende de nuestras experiencias corporales. Por ejemplo, si decimos que una persona es dulce se activan redes neuronales implicadas en las sensaciones gustativas, y si decimos que tiene un carácter áspero se activan las del tacto. Por eso, para entender una metáfora es necesario haber tenido las experiencias a las que hace alusión. Y también por esto hay metáforas que pueden escapar a nuestra comprensión.
Esta semana quiero sugerir dos libros que pueden estimular nuestro pensamiento hasta llevarlo al límite. Por un lado, en “Después del apocalipsis” el filósofo y activista político croata Srecko Horvat nos propone entender el apocalipsis como revelación y como alerta manifiesta, más allá del sentido de catástrofe. Pesimista en muchos momentos, pero con una chispa de esperanza nos dice que, si queremos prevenir la extinción de nuestro mundo, debemos realizar un análisis atento de diversas amenazas interconectadas, como la crisis climática, la era nuclear y la pandemia. Identifica los puntos de no retorno que pondrían en cuestión la continuidad de nuestra vida, y nos propone no normalizarlos. De hecho, juega con el concepto de “volver a la normalidad”, ya que considera que no existe retorno posible a una normalidad que ya era autodestructiva. Por otra parte, en “La educación como metáfora” el pedagogo y filósofo catalán Luis Reverté nos plantea que, por convivir en un mundo donde la incertidumbre es omnipresente, necesitamos dejar atrás las ideas de la modernidad ilustrada que intentaban construir un edificio donde todo encajara y donde la lucha contra la ambigüedad era considerada el único camino para superar la crisis de ideas y de valores. Lo importante, explica, no es tanto dar a conocer lo que se consideran ideas correctas como contribuir a hacer entender los criterios de congruencia que han llevado a estas ideas. Propone una educación pensada para estimular la reflexión y las formas de articular la convivencia. Una educación que en vez de ser utilitarista sea vitalista, que permita descubrir el establecimiento de límites voluntarios, que sea el primer paso para la apertura de nuevos caminos.