Esther Vivas
Mi madre no decía que tenía la menstruación, ni siquiera se atrevía a llamarla la “regla”. A ella, la visitaba “la tía María”. Así es como mi madre y sus amigas llamaban de jóvenes a un proceso tan natural como la menstruación. Cuántos eufemismos se han utilizado y aún hoy se emplean para no decir su nombre. En Argentina, más de 12 millones de niñas, adolescentes, mujeres, varones trans y no binaries menstrúan. Sin embargo, los obstáculos que experimentan en el acceso a productos de gestión menstrual (toallitas, tampones, etc.), así como los tabúes alrededor de la menstruación, tienen consecuencias en su salud, educación y bienestar. Pero como es algo que forma parte de la sexualidad femenina, es considerada un tema tabú. Se dice que la menstruación nos hace mujeres o que tenerlas dolorosas es normal. Sin embargo, es mentira. El desconocimiento impregna todo lo relacionado con nuestros órganos genitales. Históricamente, era vista como una cosa sucia, que nos hacía impuras, algo de lo que nos teníamos que esconder y avergonzar. Obvia herencia del sistema patriarcal. Aunque parezca increíble, todavía hay quien repite eso de que si te vino no te podés bañar, mantener relaciones sexuales o hacer deporte. ¿Por qué en las publicidades el líquido que imita la sangre menstrual siempre es azul? ¿Por qué muchas veces no hemos pedido unas toallitas o un tampón en voz alta? Todo esto forma parte de los prejuicios que todavía rodean la menstruación. Sin embargo, hablar de ella públicamente debería ser normal. Lo reivindica Erika Irusta en su libro “Yo menstrúo”, en que aboga por politizar la menstruación y reapropiarnos de la misma, ya que ésta ha sido definida por una sociedad machista, que la menosprecia y estigmatiza. “El problema no es la menstruación como función corporal, sino quién menstrúa en esta sociedad. Ya que los cuerpos que menstrúan no son los cuerpos que han creado el relato menstrual”, escribe. ¿Qué pasaría si los que la tuviesen fuesen los hombres? Se lo planteó la periodista Gloria Steinem en un artículo de 1978. Sin dudas, si los hombres menstruasen, sería motivo de orgullo, se hablaría abiertamente de los días que dura y de la cantidad que tenemos. Por suerte, las cosas empiezan a cambiar. Cada vez más mujeres hablan sin tapujos de la menstruación. “Me vino, ¿y qué?” Lo personal, como dice el feminismo, es político.