Por Luis B. García
Instalados en la realidad del declive petrolero, examinemos cuán provistos están los países para vivirlo o más bien sobrevivirlo. El primer lugar global en reservas probadas corresponde a Venezuela, con 503.806 millones de barriles. Arabia Saudita sigue en segundo lugar con 260.000 millones de barriles, un poco más de la mitad. El tercer lugar corresponde a Canadá, con 171.000 millones de barriles. Siguen Irán con 157.800 millones; el ocupado Irak con 143.000 millones, Kuwait con 104.500 millones, Emiratos Árabes Unidos con 97.800 millones, Rusia con 80.000 millones, la desmembrada Libia con 48.360 millones, y en un melancólico décimo lugar, Estados Unidos, el primer consumidor del mundo, con sólo 38.200 millones. La gigantesca China ocupa el puesto 14°, con 25.000 millones. La casi treintena de países de la Unión Europea ocupa el lastimero rango 22°, con 5.718 millones de barriles, y el Reino Unido el 27°, con 3.600 millones de barriles. Las reservas de gas son bastante similares. Un vistazo a este cuadro explica por qué los mayores consumidores de energía fósil del planeta, los desprovistos Estados Unidos, la Unión Europea y Reino Unido llevan más de un siglo coligados asaltando, destruyendo, bloqueando, interviniendo, ocupando, robando, coaccionando y caotizando a los países que la producen. Según la Agencia Internacional de Energía, las reservas probadas de petróleo de Estados Unidos a fines de 2020 eran de 38.200 millones de barriles (MMBbls), y la tasa de extracción promedio entre ese año y hoy, se ha reducido hasta 32.900. Ello significa que en menos de 8 años Estados Unidos habrá consumido todas sus reservas de crudo. La reciente visita a Caracas de una comisión de Washington encabezada por el embajador norteamericano no es la generosa dádiva de un perdonavidas a su víctima: es la súplica de un guapo de barrio apaleado al borde de la indigencia. El petróleo o la vida, amenaza el forajido, cuando está a punto de perder ambos. Contemplemos este inevitable declive desde la perspectiva del capitalismo, que persigue el mayor beneficio a cualquier costo, ecológico, social, cultural o humano. Perpetuar este insoportable estado de cosas requiere consecutivas alianzas de los países más devoradores de energía fósil para saquear a los que la producen. Ello traerá un incrementado gasto militar, que se aplicará a propiciar el caos de los países que no se pueda dominar y a la destrucción de sus economías como en Afganistán, Siria, Ucrania, Yemen, Rusia o Venezuela.