Luis B. García
Decía Marx que la Historia ocurre dos veces, primero como tragedia, luego como comedia. La historia latinoamericana y quizá nuestro inconsciente colectivo provocan que cada tragedia sea seguida por otra que la supera. Las efemérides reestrenan obsesivamente esta trama: un dirigente excepcional parece estar a punto de cristalizar un proyecto indispensable; multitud de pequeños seres conspira para evitarlo; el dirigente es depuesto o muere en circunstancias trágicas o misteriosas, queda el proyecto postergado por los siglos de los siglos venturos hasta que otro conductor lo asume para ser a su vez sacrificado. Príncipes históricos pudieran habernos redimido; ocuparon su lugar seguidores que destruyeron su obra y medraron con los despojos de ella. Estas reflexiones son suscitadas por la apasionante novela de Gerónimo Pérez Rescaniére, “La muerte del Príncipe” (Fundarte 2020). Simón Bolívar muere prematuramente de desencanto, agotamiento y misteriosos quebrantos de salud. Por su talento, por su cultura, su gloria militar y su modestia, por haber culminado con la batalla de Ayacucho la Independencia de América, parecía Antonio José de Sucre el más evidente sucesor para su proyecto de creación de un gran bloque geopolítico latinoamericano. Desde el asesinato de Julio César, toda muerte de un Príncipe es anunciada por avisos desatendidos y descuidos inexplicables. Antes del atentado de septiembre de 1828 contra el presidente de la Gran Colombia, Manuelita Sáenz suplica infructuosamente a Bolívar que se cuide y anule a sus enemigos. Cuando Sucre marcha casi indefenso hacia la selva de Berruecos, contra él se cierne una tormenta política que acaba con los cuatros balazos. “La patria se halla en peligro”, alegó uno de los conspiradores durante el proceso que se le siguió después. En la polémica sobre la importancia de la personalidad en la Historia, Maquiavelo y Stalin le reconocen la mitad del poder decisivo, dejando la otra mitad a las circunstancias. Es posible el genio político, así como lo hay musical o matemático. Mientras más brillante, mayor el peligro que corre, por elevarse sobre la mezquindad de su época. Preguntémonos cómo criaturas insignificantes abaten colosos históricos. La muerte de todo Príncipe está anunciada, pues persigue una meta colectiva que requiere sacrificio y esfuerzo. El aprovechador va tras su lucro, que requiere concentración y egoísmo. El Príncipe sacrifica su persona al proyecto colectivo; el aprovechador inmola el proyecto colectivo a su persona. No abandonemos ni Príncipes ni obras a su muerte anunciada.