Luis Britto
Los seres vivientes acceden a la condición de animales sociales al desarrollar el lenguaje.
La naturaleza se nos hace inteligible a través de él. Organizamos vocablos mediante gramáticas cuyas construcciones llamamos filosofías, con las cuales explicamos el mundo. El universo es sólo caos de sensaciones hasta que lo ordenamos con el mito, la Historia y las matemáticas. No hay escritor más preciso que quien traza números, a pesar de que su cosmos está poblado de criaturas insensatas: el cero, el infinito, los números irracionales. No olvidemos al que apunta sonidos y nos interna en orbes musicales sin otro sentido que el de cautivarnos. Pintores y escultores articulan imágenes y formas, ingenieros y arquitectos palabras sólidas. Todo lo real fue escritura; pasado su tiempo devendrá Historia. Cuenta Maquiavelo que luego de pasar el día discutiendo con jornaleros y pastores, se encerraba en su biblioteca para conversar con los grandes hombres del pasado. La filosofía no ha encontrado mejor manera de definir el Ser que considerarlo una hilación de ideas, de palabras. Seguir el monólogo interior de James Joyce es convertirse en él. Mediante la lectura disponemos de mil vidas; mediante la escritura, de la ilusión de ubicuidad e inmortalidad. Sólo muere el escritor cuando ya no es leído; sólo deja de serlo cuando evade su Verdad. Nace muerta la palabra que expresa adulación o moda. La venalidad no expresa más que el precio que la compra. Sobre la tierra se baten a muerte el discurso de la Alienación y el del Reino de la Libertad. Algoritmos de dividendos deciden hecatombes. Mentes artificiales enuncian palabras digitales que asfixian la esperanza y proscriben el futuro. Cada vocablo que tecleamos es registrado por mecanismos espías y cribado por análisis de contenido. La información se concentra en un número cada vez menor de softwares. Todo lo que digamos puede ser digitalizado en contra nuestra. Más de un millar de idiomas hablamos los humanos: las máquinas los han traducido a uno solo. Mientras construimos el mundo con conceptos los ordenadores lo reducen a data. Debemos aprender idiomas inhumanos que sólo conocen el uno y el cero para defender nuestra patria, que es el infinito. Una vez más, es preciso inventar el lenguaje que nombre la vida. La palabra es nuestra memoria y nuestro consuelo. Nuestro anhelo de arribar al mundo donde, como anticiparon Carlos Gardel y Alfredo Lepera, no habrá más penas, ni olvido.