Hojas Sueltas. Las arrugas (parte I)

Por David Bueno

Dicen que el rostro es el reflejo del alma. Desde la perspectiva del comportamiento humano, probablemente sea cierto, o al menos lo es si cambiamos la palabra «alma» por «intenciones». Ciertamente, el rostro es el reflejo de nuestras intenciones. Ello es debido a que los 43 músculos faciales, que nos permiten hacer todos los movimientos y expresiones de la cara, responden a lo que estamos pensando con sutiles movimientos, una infinidad de contracciones y dilataciones que son captadas por nuestros semejantes. Y no sólo son captadas, sino que son también interpretadas gracias a la acción de las denominadas neuronas espejo de nuestro cerebro, unas células que nos permiten anticipar las intenciones de nuestros interlocutores comparando sus movimientos y expresiones, por muy sutiles que sean, con los que haríamos nosotros en esa situación, e incluyen toda la amplia gama de expresiones faciales. De hecho, lo que captamos de la cara de nuestros semejantes son básicamente los movimientos de sus ojos y los cambios de volumen que se producen bajo la piel como consecuencia de las contracciones y dilataciones de los músculos faciales. Precisamente, el sinfín de estos movimientos musculares es una de las causas de que, con el paso del tiempo, vayamos acumulando arrugas, las cuales se convierten en un reflejo de la vida de cada persona, de sus risas y decepciones, sus sorpresas y disgustos, sus costumbres y apetencias e, incluso, sus pensamientos. Cada experiencia, cada pensamiento, deja su huella, imperceptible al principio, pero que se va acusando con las repeticiones. La cara es el reflejo de nuestras intenciones, y también de nuestras experiencia, todo lo cual es imprescindible para nuestra vida social.
Las arrugas del rostro forman parte de nuestra vida social, de nuestra humanidad. Tal vez por ello las personas siempre no hemos preocupado por el aspecto de nuestra piel, la parte más visible de nuestro rostro, el primer contacto con nuestros semejantes. Todas las civilizaciones, desde los sumerios a los egipcios, desde los aztecas a los chinos, desde los etruscos a los viquingos o desde los nubios a los cretenses minoicos, nos han dejado como testimonio de sus culturas pequeños instrumentos y recipientes con ungüentos cosméticos para mantener la piel joven. Y desde que hay escritura, se han llenado páginas y más páginas (o muros o tabletas de arcilla) con recetas para incrementar o mantener la belleza exterior del cuerpo. Incluso en el trono cubierto de oro de Tutankamón se puede ver una imagen del faraón donde su esposa le unta la piel con un ungüento.