Por Esther Vivas
Se sabe, porque generó un enorme escándalo en varios países de Europa y de América Latina, que la multinacional Danone sobornó a médicos y funcionarios de Salud para favorecer con mentiras el negocio de la leche artificial. Se sabe que Nestlé, incluso, pagó a jóvenes para que se disfrazaran de enfermeras y convencieran de puerta en puerta a las madres de que la leche materna era peligrosa para los bebés. Eso fue hace años, pero los chanchullos y la desinformación continúan.
Cuando cito estos hechos para hablar y defender lo sofisticada que es la leche materna porque se adecúa a las necesidades del bebé, recibo ríos de mensajes de asombro. Parece mentira que a esta altura muchas madres ignoren sus beneficios.
Se ha demostrado que el cuerpo de la madre detecta en la baba que los bebés dejan en los pezones que están a punto de enfermarse y, por una serie mecanismos biológicos que se originan en el cerebro, esa mamá produce una leche con más anticuerpos para fortalecerlos. La leche materna no tiene la misma composición por las mañanas que por las tardes. La primera los ayuda a despertar y la segunda a dormir.
Y la ciencia no lo ha dicho todo aún… Por eso la lactancia es un acto casi anárquico de soberanía alimentaria. Y ha sido una satisfacción para muchas madres -que se atreven a hacerlo-, amamantar una y otra vez en público, especialmente después de los ataques e insultos recibidos por dar el pecho en una plaza. Ese rechazo a los procesos naturales es evidente en el trabajo. El ideal rancio de que mujeres y hombres “somos iguales” niega las necesidades específicas de las mujeres y, concretamente, de quienes maternan, porque el modelo de trabajador es uno: el hombre de clase media o media alta que puede trabajar ocho horas al día, sin pausa para cocinar, alimentar a sus hijos, cambiarles el pañal o jugar con ellos. Así como las salas de lactancia nos esconden detrás del sacaleches, las mujeres sufrimos una total supeditación a las políticas de empleo injustas que hemos acabado normalizando. Me pregunto de qué manera puede incluirnos una cultura laboral que casi no ha cambiado desde la Revolución industrial, y que nos mantiene con la guardia en alto porque no pasa un mes sin que un legislador, empresario o político proponga flexibilizar el régimen de Contrato de Trabajo.