Por Alfredo Serrano
La revista Expansión dedicó su número de octubre de 2022 a exaltar los 100 empresarios más importantes de Latinoamérica. Usualmente se los lista por una de sus empresas y no por el conjunto de firmas de las que son los accionistas mayoritarios. Como característica de su medición anual, Expansión señala en la más reciente que hay pocas caras nuevas y una participación muy menor de mujeres.
Hay otra característica que no se menciona, pero resulta más significativa que otras. Los reseñados, en su casi absoluta mayoría son herederos. Esto habla con suficiente claridad de uno de los rasgos más marcados del capitalismo actual: su tendencia monopólica-oligopólica. Muchos de esos empresarios son miembros de familias dinásticas. Los baby boomers, como llamaron en EE.UU. a los jóvenes empresarios exitosos –más que a otros individuos–, por ser competitivos y aspirar a desarrollarse en el liderazgo de los negocios, con una carga individualista que los hacía ver como motivados por sí mismos, fue la versión reciclada del self-made man (quien triunfa por propios medios y esfuerzo) de la posguerra.
Sus ejemplos fueron los emprendedores que empezaron muy jóvenes y en brevísimo tiempo hicieron crecer sus compañías y ponerse al frente de las listas de Forbes y otras publicaciones similares. Los más visibles han sido los fundadores y/o dueños de las firmas digitales de comunicación: Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Microsoft), Larry Page (Google), Mark Zuckerberg (Facebook), Elon Musk (Twitter). Esos empresarios empezaron modestamente en un garaje o en cualquier rincón de una universidad y a gran velocidad se encumbraron a la cabeza de negocios multimillonarios.
En los países industrializados como Alemania, Francia, EE.UU. o Inglaterra), su gran acumulación de capital y una distribución de la riqueza menos asimétrica les ha permitido tener mayor movilidad social y una dinámica económica más porosa que a aquellos países que nunca pudieron alcanzar ese grado de desarrollo. El emprendedurismo, uno de esos horribles vocablos modernos, no es sino una ilusión en el contexto del capitalismo latinoamericano. Bien lo saben los propiestarios de pymes: sus unidades productivas, que generan las dos terceras partes del empleo en la región, por más que ellos se esfuercen en emprender, no podrán pasar del nivel que tienen al siguiente, salvo mediante un inesperado golpe de suerte. Si ellos no son herederos, no pueden competir con los que sí lo son. También la desigualdad se presenta en los negocios.