Pedro Peretti (*)
La gravedad de la actual sequía es tan grande que todavía no se pueden determinar sus efectos. Hay estimaciones que ubican a las pérdidas en 8.000 millones de dólares, otras hablan de un perjuicio económico todavía más importante, cercano a los 10.000 millones de dólares. Habrá que esperar que se termine el ciclo agrícola para a partir ahí sacar conclusiones y tener una cabal dimensión. Pero lo que podemos decir es que es sumamente importante la afectación que tienen los cultivos, fundamentalmente de soja y maíz, y que, además, han quedado casi 1.100.000 hectáreas sin sembrar producto de que no había humedad suficiente. Esta sequía no sólo ha sido muy prolongada, sino también muy extendida en todo lo ancho y largo del territorio nacional, impactando en distintas producciones. En la zona de la pampa húmeda se siembran unos 37 millones de hectáreas de los cinco principales cultivos. La totalidad de la superficie cultivable de la Argentina alcanza a los 175 millones de hectáreas, y ahí están también los 4 millones de hectáreas que han sido deforestadas, que es una de las causales más importantes de esta sequía. Deforestación que no sólo se ha dado en la Argentina, sino también en Paraguay, en Brasil, en toda la cuenca del Plata. Ahí está buena parte del origen de la catástrofe de la sequía que ahora lamentamos. Por eso no hay que hablar de la sequía o de las inundaciones en forma aislada de la forestación intencional. O de la desertificación, que es la otra cara de este problema. Son todos rayos de la misma rueda del modelo de producción agrícola extensiva, de volumen, que ha impuesto el liberalismo agrario a los países de América Latina que son proveedores de forrajes, no de alimentos, para los cerdos y aves del sudeste asiático, fundamentalmente. Hay que atar cabos y estar atentos. La derecha pretende que la población asuma a la sequía como un hecho fortuito o como una maldición bíblica. Lo mismo hace con las inundaciones y hasta con los accidentes viales, como si fueran cosas derivadas también del modelo de desarrollo agropecuario que eligió la Argentina a partir de la década del 90 con sus políticas neoliberales. Es decir, este modelo de sojización inducida, sin rostro humano, con concentración de tierras y renta en pocas manos.
(*) Ex director titular de la Federación Agraria Argentina.