Hojas Sueltas… Gladiador

Arturo Brooks

«Me preocupa mucho más cuál será el juicio sobre mí dentro de 1.000 años que lo que dicen los trolls hoy», escribió Cicerón, el orador más célebre de Roma, en el año 59 a.C. Cicerón era famoso por su insufrible vanidad. Sin embargo, la verdad es que Cicerón estaba siendo modesto. Han pasado no uno, sino 2.000 años desde su muerte, y todavía se lo cita. Su fama póstuma es un tributo no sólo a sus propios logros, sino también al perdurable dominio sobre la imaginación popular de la ciudad de la que era ciudadano. “Urbs Aeterna”, como el poeta Ovidio llamó a Roma unos 50 años después de la muerte de Cicerón: “La Ciudad Eterna”. El imperio gobernado por los romanos declinó y cayó hace mucho tiempo; sus monumentos se desmoronaron; su idioma evolucionó hasta convertirse en español, italiano y francés; pero su recuerdo sigue siendo dorado. Tanto como para que en pleno siglo XXI muchos seguidores comparen a su líder político con un emperador romano por su “fortaleza” y decisión de instaurar el orden y la austeridad en el Estado. Hacen viral en las redes su imagen vestido de Julio César (bien podría ser Calígula). “No tiene miedo de hacer lo que hay que hacer”, comentan sus trolls. Y firman al pie con alguna de las bravuconadas que tanto le gustan, del tipo: “Van a correr”; “Más que con una motosierra, vamos a entrar con una aplanadora”. Quizás convengan recordar que el Imperio Romano fue el máximo depredador de la antigüedad. Han pasado 2.000 años desde el apogeo de la pax Romana. La época en la que las arenas del Coliseo estaban negras con la sangre de los gladiadores, cuando el gobierno de César estaba respaldado por legiones capaces de provocar la matanza y la ruina a todos los que se les opusieran. Los militantes libertarios, cuando miran “Gladiador”, por mucho que los atraiga Russell Crowe, se sienten cómplices del entusiasmo de la multitud. Los romanos están demasiado distantes para resultar inquietantes; en cambio, los de acá se han vuelto peligrosos. Julio César, quien mató a 1 millón de personas y esclavizó a otro millón al conquistar la Galia, todavía tiene su estatua en el centro de Roma. La fascinación por el poder perdura. Y para colmo a Hollywood no se le ocurre mejor idea que anunciar otra secuela de “Gladiador”.