Por Esther Vivas
La maternidad es una experiencia que pasa por el cuerpo, si hablamos de una maternidad biológica. Pero no sólo hay una maternidad biológica, también existen las maternidades adoptivas. Tenemos que mirar a la maternidad en plural puesto que va mucho más allá de esa idea romántica de una madre con criaturas, casada, y todo lo que nos venden la publicidad televisiva y las revistas frívolas. La maternidad es mucho más compleja. Se trata de una experiencia vital para esas mujeres que han decidido ser madres y cuyos cuerpos juegan un papel central en ese proceso. La maternidad tiene un papel biológico innegable que está vinculado a la gestación al parto y al post parto y a la lactancia. Pero las mujeres tenemos que tomar conciencia de que podemos transitar estos procesos si es lo que queremos y hemos elegido.
A lo largo de la historia, las sociedades modernas nos han hecho creer que las mujeres no podemos gestar, no podemos parir y tenemos que consultar todo esto con expertos profesionales que nos van a enseñar cómo hacerlo. Ser madre es una responsabilidad individual, de esa madre que tiene a esas criaturas a su cargo. Pero en realidad la experiencia materna está atravesada por el contexto social que es completamente hostil al hecho de tener hijos. Sólo hace falta ver la discriminación de las madres en el empleo, las licencias de maternidad, tan ridículas e incompatibles con el hecho de recuperarse tras el parto y poder dar de mamar a tu criatura durante seis meses como recomiendan todas las instancias de salud.
Esta sociedad es anti-maternal y anti-infancia, y lo comprobamos cuando oímos las quejas de quienes a nuestro alrededor cuestionan nuestra capacidad de lactar, o se indignan cuando una madre amamanta a su bebé. O en la poca información que tienen muchos profesionales sanitarios en acompañar a las mujeres en su lactancia, o en la vulneración que sufren muchas madres a través de prácticas violentas. La experiencia materna no depende solo de esa mamá, depende mucho del entorno. Comprender esto es fundamental para, en cierto modo, liberarnos de la culpa. Todas las madres nos sentimos culpables porque no hemos podido dar el pecho como queríamos, o el tiempo que deseábamos, o porque nos resulta imposible conciliar el trabajo y la crianza. El problema no somos nosotras, el problema es este contexto que dificulta la experiencia materna.










