Hojas Sueltas… El precio de la carne

Por Esther Vivas

Ir a un restaurante, decir que no comés carne y que te ofrezcan pechuga de pollo… Una situación que todavía pasa al día de hoy. Parece imposible para muchos poder vivir al margen de hamburguesas, bifes, asado o embutidos. La proteína animal se ha convertido en un ingrediente indispensable de nuestra dieta, pero ¿la ingesta de carne actual es tan saludable como nos dicen?
Si miramos detalladamente entre las bambalinas de la industria ganadera, vemos que no todo es tan lindo como quieren hacernos creer. La salud humana, los animales y el medio ambiente a menudo salen perdiendo. Actualmente, se suministran a escala global más antibióticos a animales sanos que a personas enfermas, según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las condiciones de vida de pollos, cerdos, vacas… en la industria son tan insalubres que se los medica preventivamente, contribuyendo a la aparición de bacterias resistentes para los cuales la industria farmacéutica se niega a investigar y producir nuevos antibióticos. Comemos demasiada carne y de mala calidad, y la generalización de enfermedades como la obesidad, el sobrepeso, la diabetes tipo 2, las patologías cardiovasculares son su resultado directo. La OMS incluso ha llegado a considerar la carne procesada como “cancerígena”. El medio ambiente sufre las consecuencias de esta adicción global a su consumo. Lo vemos en la desforestación de selvas y bosques tropicales, en las emisiones de gases de efecto invernadero. Para producir un kilo de carne de ternero, por ejemplo, se necesitan 15.455 litros de agua, mientras que para producir un kilo de trigo se necesitan 1.300, para un kilo de zanahorias sólo 131 litros, según el Atlas de la Carne. De hecho, con lo que consumen estos animales de granja se podría alimentar a la mitad de la población mundial, apunta la FAO. La carne barata no salvará al planeta, sino todo lo contrario.
El maltrato animal es la cara más cruel de la ganadería industrial, donde seres vivos son tratados como simples mercancías. La desnaturalización del proceso agrícola y alimentario ha provocado que se nos haga muy difícil reconocer que detrás de un pedazo de carne antes había vida. El libro de Philip Lymbery, “La carne que comemos», así nos lo recuerda.
¿Qué podemos hacer? Mirar al fondo del plato y preguntarnos si es necesario que comamos tanta carne para vivir bien.