Hojas Sueltas. El parto robado

Por Esther Vivas

Hablar de la experiencia del parto significa a menudo hablar de dolor, angustia, miedo, impotencia, y no tanto por el parto en sí como por el trato recibido y las intervenciones médicas evitables. Cesáreas innecesarias, trato irrespetuoso, episiotomías prescindibles, separación injustificada de madre y bebé nada más nacer, falta de información sobre los procedimientos, rotura evitable de la bolsa de aguas, partos inducidos arbitrariamente… son algunas de las experiencias vividas. Todas ellas, justificadas facultativamente porque “era necesario para el bebé” o “no había otra opción”. ¿Seguro?
A las madres nos fuerzan a creerlo, y no son pocas las que tras la angustia afirman que “al final todo se olvida”. Pero, ¿Cuánto debe haber sufrido una mujer para querer olvidar su parto?
La institución sanitaria aborda el parto como si se tratara de un proceso patológico, acostumbra a entorpecer su desarrollo normal y provoca, en consecuencia, una mayor intervención. Cuando un parto lo que necesita es tiempo, confianza y respeto hacia la madre y el bebé. El parto tecnocrático se fue consolidando a lo largo del siglo XX. A partir de aquí la embarazada empezó a ser vista como un sujeto vulnerable o pasivo. La lógica productivista y patriarcal dicta hoy como tenemos que parir, prescindiendo de nuestras necesidades y las del bebé.
“Nosotras parimos, nosotras decidimos”, dice la consigna feminista, pero la realidad no es así. La capacidad de decidir de las mujeres a la hora de dar a luz se queda en la puerta de entrada de los nosocomios. La medicalización y tecnificación del parto tiene muchos paralelismos con la industrialización de la agricultura. Las formas de nacer y alimentarnos han tenido evoluciones similares. El parto tradicional, como la agricultura campesina, fue abandonado, despreciando el saber de las mujeres, en un caso, y el de la agricultura, a menudo fruto del trabajo femenino, en el otro, en nombre de un saber técnico-científico, muchas veces inexacto. Unas transformaciones que tuvieron consecuencias nefastas en el nacimiento y la alimentación. La vida quedó supeditada a la productividad y a la optimización de resultados, y se terminó con derechos fundamentales, como el derecho a un parto respetado o a una alimentación saludable y sostenible. La forma en que se nace y se come dice mucho de una sociedad. La nuestra se caracteriza por dar la espalda a la naturaleza.