Esther Vivas
En la Argentina de los últimos meses, la maternidad patriarcal ha sido cuestionada especialmente a partir del decreto 475/21 y de la ley de interrupción voluntaria del embarazo. El decreto 475/21 de julio de 2021 reconoce el valor económico de las tareas de cuidado a cargo de madres y recupera así su ninguneada trascendencia para el desarrollo social. De esta forma, el decreto considera por fin la maternidad como verdadero trabajo y contrarresta la invisibilización histórica de las tareas de cuidado para acortar la brecha de género. Por supuesto, la sanción de la ley 27.610 de interrupción voluntaria del embarazo se corresponde también con la interpelación feminista al andamiaje patriarcal. Ni la maternidad puede vivirse como obligación ni el aborto como estigma sociocultural y religioso. Así, la libertad de ejercer derechos sexuales y reproductivos desmantela las órdenes de maternidad patriarcal, para validar únicamente aquella deseada.
La división sexual del trabajo escindió la productividad y la reproducción en dos compartimentos, asignado el rol de cuidadoras por excelencia a las mujeres.
El patriarcado redujo la feminidad a la maternidad, y la mujer a la condición de madre. Instalada como obligación “natural”, la maternidad aparece históricamente como exigencia que responde a un supuesto instinto en el que sería deseo homogéneo de toda mujer tener hijos. Este modelo de maternidad patriarcal manda a la postergación de la vida sin chistar, al sacrificio romantizado de la madre que da su vida por sus hijos con total disfrute. Tamañas exigencias -de ser madres abnegadas que además disfrutan de esa maternidad de dedicación exclusiva- se suman a todas las que el machismo carga sobre los cuerpos feminizados y así, grandes culpas se gestan sobre quienes no logran encajar en ese molde pretensioso de madre exhausta pero feliz. Un sistema de culpas para el disciplinamiento diseñado con inteligencia patriarcal crea más culpas en torno de la maternidad: por no poder concebir, por concebir y no querer ser madres, por adoptar y dar en adopción, por abortar, por maternar solas, por maternar fuera de la heteronormatividad, por tener un único hijo o por tener demasiados. Culpas para quienes siquiera piensan en la posibilidad de convertirse, algún día, en madres. Culpas, también, para quienes no cumplen con el mandato de belleza hegemónica postparto de panzas chatas y pieles sin estrías; culpas por un cuerpo que no logra esconder que concibió, gestó y parió.