Esther Vivas
La aplicación de los Programas de Ajuste Estructural (PAE), en los años 80 y 90, en los países del Sur por parte del Banco Mundial y del FMI, para que éstos pudieran hacer frente al pago de la deuda externa, agravó aún más las ya de por si difíciles condiciones de vida de la mayor parte de la población en estos países y golpeó, de forma especialmente dura, a las mujeres. Las medidas de choque impuestas consistieron en forzar a los gobiernos del Sur a retirar las subvenciones a los productos de primera necesidad como el pan, el arroz, la leche, el azúcar…; se impuso una reducción drástica del gasto público en educación, salud, vivienda, infraestructuras…; se forzó la devaluación de la moneda, con el objetivo de abaratar los productos destinados a la exportación pero disminuyendo la capacidad de compra de la población autóctona; aumentaron los tipos de interés con el objetivo de atraer capitales extranjeros con una alta remuneración, generando una espiral especulativa. Suena muy actual, ¿no? Pero además, las políticas de ajustes y las privatizaciones repercutieron de forma particular sobre las mujeres, porque en lo que refiere a la salud y la educación, las mujeres históricamente, cargamos con las responsabilidades familiares más fuertes. En la medida en que no tenemos acceso a los recursos y a los servicios públicos, se torna más difícil tener una vida digna para nosotras. El hundimiento del campo en los países del Sur y la intensificación de la migración hacia las ciudades. Las mujeres son un componente esencial de los flujos migratorios, nacionales e internacionales, que provocan la desarticulación y el abandono de las familias, de la tierra y de los procesos de producción, a la vez que aumentan la carga familiar y comunitaria de las mujeres que se quedan. La incapacidad para resolver la actual crisis de los cuidados en los países occidentales, fruto de la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, el envejecimiento de la población y la no respuesta del Estado a estas necesidades, sirve como coartada para la importación de millones de «cuidadoras» de los países del Sur. Esta diáspora agudiza de manera profunda la crisis de los cuidados, entre otras crisis, en los países del Sur. La cadena internacional del “cuidado” se convierte en un dramático círculo vicioso que garantiza la pervivencia del sistema capitalista patriarcal.