Sergio A. Rossi (*)
Cuando yo era chico leía la revista Anteojito.
Allí empezó a publicarse una historieta que se llamaba Sónoman, de una especie de superhéroe rioplatense, que por no sé qué cosa adquiría unos poderes vinculados todos a la física del sonido. Para mis seis o siete años de niñito de la ilustración positivista, toda una mezcla de ciencia, filosofía, guerra y política.
En uno de aquellos capítulos luchaba contra un tipo que absorbía el poder de sus enemigos, y lo tenía a mal traer todo el episodio, hasta que al final era derrotado (lógico hasta para un alumno de segundo grado, ya que si gana el malo se termina la historieta).
Lo inquietante era el final. Liquidados los malos y expulsado prisionero al espacio exterior, o algo por el estilo, el malvado poderoso, Sónoman quedaba en una especie de sala de comando de los enemigos trabajosamente vencidos. Y ahí aparecía, a través de una pantalla gigante de televisión, un mensaje de una especie de extraterrestre que le explicaba que era el Ciempiés Cósmico No Sé Qué Cosa, y que estaba lastimado por su derrota; pero que no se confiasen los terrícolas y mucho menos el bueno de Sónoman, que el vencido era sólo una de las patas con que había atacado a nuestra humanidad. Que amputado y todo, todavía le quedaban 99 más para seguir urdiendo sus designios funestos.
Me he ido poniendo viejo, pero siempre me acuerdo, y guardo gratitud al guionista y dibujante Oswal.
Dicen las viejas que la formación política se nutre de miles de vertientes y semillas.
(*) Ingeniero agrimensor.