Por David Bueno
Las personas somos unos seres bastante ruidosos. Estamos tan acostumbrados al ruido que cuando salimos a la naturaleza exclamamos: “¡Qué silencio!”, lo que, desgraciadamente, rompe este supuesto momento de magia silenciosa. Digo “supuesto” porque si alguien piensa que en el monte, la selva o el bosque reina el silencio es porque no ha parado nunca la oreja. Aunque no parezca, la vida es todo lo contrario del silencio: es comunicación constante. Esta semana quiero recomendar dos libros relacionados con las profundidades más íntimas de la vida: su historia en la Tierra y el modo cómo se comunican los seres vivos. “En el bosque no hay silencio”, la bióloga Madlen Ziege nos explica de manera muy amena y motivadora cómo se hablan los animales y plantas, así como los hongos, los protozoos e incluso las bacterias. Es un libro sorprendente que nos hace ver la naturaleza como un sistema donde, lejos del aislamiento, todos los seres vivos que lo integran se encuentran en comunicación constante. Sonidos, olores, mensajes químicos, señales luminosas… Por caso, hay plantas que captan el ruido que hacen las orugas cuando mordisquean las hojas de sus congéneres y eso propicia que produzcan sustancias tóxicas para defenderse antes de que las ataquen. La comunicación de la naturaleza nos acompaña y no nos permite estar nunca solos. Sin comunicación la vida no sería posible. La vida es un latido incesante y su historia es fascinante, fruto de la acumulación de muchos azares. De estos azares nos habla el químico, astrónomo y astrofísico Joan Antoni Catalá en “Una breve y azarosa historia de la vida”. Si imaginamos que toda la historia del universo es una semana, los primeros organismos vivos no aparecieron en la Tierra hasta las últimas 48 horas, y los Homo sapiens sólo surgimos durante los últimos 9 segundos. A partir de esta premisa, el libro repasa la historia del universo, su evolución y los fenómenos extraordinarios que han permitido la aparición y desarrollo de los seres vivos: el choque catastrófico por el que se creó la Luna; la fragmentación de la corteza terrestre, que genera volcanes y movimientos sísmicos; el impacto de meteoritos y otros fenómenos cósmicos y planetarios que provocaron extinciones masivas, etcétera. Sin estos fenómenos azarosos, muy posiblemente ahora no habría nadie para escribir estas líneas ni para leerlas, ningún ser vivo para comunicarse.