Por Esther Vivas
Las sufragistas de principios del Siglo XX se enfrentaron a un dilema en la forma en cómo operar su estrategia de desobediencia civil. Muchas vieron estratégico usar los colores de sus vestidos, específicamente el verde, el blanco y el violeta. Es decir, los colores de las iniciales de su slogan “Give Women Vote” (Dar el voto a las mujeres): Green, White y Violet para armar un verdadero ejército ciudadano que identificara a las miles de mujeres que públicamente querían pelear por su derecho al voto. Pero, ¿podría el vestido, un lugar históricamente utilizado para controlar, someter y vigilar el cuerpo de las mujeres, ser a su vez usado como un terreno de lucha en contra de ese mismo sistema que las oprimía? Acaso, ¿debían las integrantes de ese movimiento renunciar a su estética femenina, para reivindicar el derecho al voto? El debate para entonces fue acalorado, pero las fotos de los periódicos de la época que muestran hordas de mujeres uniformadas en las calles de Gran Bretaña, sirven de evidencia de cómo vestir de blanco sí se hizo generalizado y trascendió como el color de la lucha. A un dilema parecido se enfrentan muchas mujeres feministas de hoy, feministas que están pensando, esta vez no en el vestido, sino en algo más trascendente: la maternidad.
Un lugar que ha sometido el cuerpo de las mujeres, que ha sido considerado como único destino de lo femenino, pero que se empieza a revelar como un lugar para operar un inédito llamado a nuevos derechos.
Pero ¿pueden las madres, y sus formas de maternar revertir y desobedecer el mandato mismo de la maternidad? Y ¿si desobedecer al patriarcado, no sólo implicara decidir no tener hijos, sino robarse el relato de lo materno que siempre ha sido tan privado, controlado, vigilado?
Lo que ha pasado con las madres hasta ahora es que han sido invisibles incluso ante los movimientos sociales que apelan a transformar esta sociedad.
Hay una necesidad de revelarse contra un mandato que se nos ha impuesto históricamente y que ha significado que tuviésemos que ser abnegadas, sacrificadas y, más recientemente, una superwoman, de cuerpo perfecto, una madre que llega a todo, siempre disponible a las exigencias del sistema productivo. Hay que romper con este ideal materno que no representa la experiencia real y que, a su vez, detona mucha culpa y malestar con la experiencia de ser mamá.