Pedro Peretti
No hay una sola causa en la transformación de la Federación Agraria (FAA), que pasó de ser una organización para defender los intereses de uno de los eslabones más débiles de la cadena productiva, a ser la fuerza de choque de la oligarquía terrateniente argentina. Esto fue lo que hizo desde el 2008, hasta hace una semana cuando se publicó una foto de Javier Milei con toda la comisión directiva de la FAA. A esta mutación, hay varias cuestiones que la explican. Ha cambiado su base militante, su base gremial, ha habido un proceso de concentración y expulsión muy grande en el campo, hay más de 200.000 chacras mixtas menos, que era el sujeto agrario que representaba tradicionalmente a la Federación Agraria Argentina. Además, esa concentración ha influido en el ambiente federado, generando todo un concepto mucho más liberal de lo que era la agricultura. Tampoco hay que descartar la traición de varios dirigentes que le abrieron la puerta a esa derecha, quienes no han peleado como corresponde, que se han entregado mansamente a la presión de los grandes medios hegemónicos. En la última década, la oligarquía se sirvió de la débil y mal formada dirigencia federada para torcerle la mano y mutar lo que era una organización prestigiosa, grande, con inserción en todo el interior profundo de la Argentina, en cáscara vacía que no representa a nadie. Y la lectura errada de este Gobierno, su mal manejo de las relaciones con el sector, priorizando el diálogo y dándole todas las concesiones posibles a los grandes pooles y corporaciones, no hizo más que profundizar ese desdichado desencuentro. Esto sucedió porque, básicamente, éste no es un gobierno peronista. Cuando Alberto Fernández termine su mandato el 10 de diciembre del 2023 y entregue la banda a otro presidente habrá terminado la segunda experiencia desarrollista en la Argentina. La primera fue la de Arturo Frondizi y la segunda es la actual. Mientras tanto, la FAA se regodea con la idea de Javier Milei Presidente de la Nación. Un señor que propone vender los órganos, privatizar las calles, privatizar la educación pública, cortar 13% la obra pública. Es todo un disparate. Pero quienes promueven su candidatura saben perfectamente bien para qué lo llevan: para correr el debate lo más a la derecha posible, desgastar al Gobierno y abrir un campo para que sigan floreciendo los vivos de siempre.