Hojas Sueltas. Cerebros II

Ballpoint pen attached to blank loose-leaf paper placed on wooden table

Por David Bueno

Influenciar no significa determinar. Para sorpresa de muchos, la influencia de los progenitores sobre la construcción del cerebro de sus descendientes empieza antes de concebirlos, durante su propia adolescencia y juventud, cuando muy probablemente ni tan siquiera se han planteado si algún día van a querer ser padres. El estilo de vida de los futuros padres y madres, especialmente durante la adolescencia y primera juventud, puede propiciar cambios en el epigenoma de sus células sexuales, los óvulos y los espermatozoides. Y algunos de estos cambios pueden influir en aspectos concretos de la construcción del cerebro de sus futuros hijos e hijas, y por lo tanto pueden quedar reflejados en sus mentes.
El epigenoma consiste en la adición de determinadas moléculas al ADN que no alteran el mensaje que contiene (no son, por lo tanto, mutaciones), pero que contribuyen a regular la manera cómo funcionan algunos genes. Algunas de estas modificaciones epigenéticas, como se las llama, vienen genéticamente programadas y a menudo se producen de manera diferente en función del sexo de cada persona, pero muchas de ellas dependen de la interacción del genoma con el ambiente. Por ejemplo, se ha visto que en los adolescentes que consumen sustancias tóxicas, como marihuana o alcohol, el epigenoma de sus células sexuales incorpora determinadas modificaciones epigenéticas que influirán negativamente en la construcción del cerebro de sus futuros descendientes, aparte de influir también en el funcionamiento del suyo propio. Por ejemplo, se ha comprobado que fumar marihuana con asiduidad durante la adolescencia propicia que los descendientes de ese fumador tengan una mayor probabilidad de padecer depresión.
Los genes, y las modificaciones epigenéticas, son ciertamente importantes para la construcción del cerebro, pero no lo son todo. El genoma humano, es decir, el conjunto de su material hereditario, está formado por algo más de 20.000 genes, de los que unos 8.000 funcionan, en un momento u otro de la vida, en el cerebro, ya sea para construirlo, gestionar su consumo energético, comunicar las neuronas entre ellas, y un largo etcétera de otras funciones.
Todo el mundo tiene estos genes, todos, pero no necesariamente las mismas variantes génicas. Según las variantes que hayamos pasado a nuestros hijos, su cerebro tendrá, de origen, unas características determinadas que influirán en todos sus aspectos mentales, como por ejemplo en su sociabilidad, inteligencia, creatividad, oído musical, capacidad artística, control muscular, etcétera.