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sábado, abril 26, 2025

Hojas Sueltas… Buenos y Malos

Por Vilma Fuentes

“Hace mucho tiempo, en un lejano país…”, con estas palabras se inician innumerables cuentos y relatos desde épocas remotas. Un tiempo indefinido, extraviado, como el lugar donde suceden los hechos maravillosos que se narran. James Joyce no resistió a la tentación de comenzar uno de sus mejores libros parodiando estas dos frases. La narración continúa con el “había una vez”, principio del relato impostergable. ¿Qué pudo haber una vez? Una dulce y bella niña llamada Cenicienta y su malvada madrasta, la princesa más bella del mundo y su celosa madrasta. Lo que había una vez son los buenos y los malos: el Bien y el Mal. Nociones edificantes de un universo maniqueo. De un lado, bellas y buenas princesas, héroes y próceres insignes; del otro lado, crueles brujas, desalmadas madrastras; sangrientos cazadores, satánicos seres del inframundo. Las cosas no son tan simples ni obedecen a un maniqueísmo más o menos primitivo. Las grandes narraciones, en verso o en prosa, no son siempre edificantes. Y buenos y malos se confunden. No hay ningún protagonista sin defectos, vicios, errores. La Ilíada se inicia con la cólera de Aquiles, cólera funesta, que se pide cantar a la Diosa. Aquiles, uno de los héroes protagonistas de este canto, relato del combate mortal entre Oriente y Occidente, es un hombre con tantos defectos como virtudes. Y su cólera retardará el triunfo prometido por una parte de los dioses olímpicos, divididos también entre ellos. Los griegos enfrentan a otros héroes: los habitantes de Ilión, tan valientes y heroicos como ellos. Héctor es tan sabio como Ulises y Paris tan osado como Menelao.
No se trata de la simple idea de los buenos y los malos.
Como ahora, los líderes de una causa, sea cual sea, ideológica, política o religiosa, blanden su escudo y proclaman el bien de su lado. Las guerras religiosas, que parecían tan remotas como la Edad Media, parecen, al contrario, imponerse. Un perezoso maniqueísmo facilita las acusaciones erradas, las oposiciones imaginarias. El miedo del otro cunde gracias al desconocimiento del otro. Se confunden los conceptos, se cae en oposiciones falsas.
El discurso es, a fin de cuentas, el mismo de cada lado del ring planetario. Los llamados expertos analizan la situación y tratan de esclarecerla en un confusionismo extremo. En lugar de declararse del lado del Bien, ¿por qué no preguntarse quién es el otro e intentar conocerlo?

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