Hojas Sueltas… Astucia ausente

Andrés Asiain

El balance económico del año 2022 tuvo dos etapas bien diferenciadas en las que se modificó no sólo la gestión del Ministerio de Economía sino la política fiscal, monetaria y cambiaria. Esto configuró un 2022 desbalanceado entre una primera parte de una política fiscal muy expansiva, incentivando una actividad que crecía a alta velocidad dejando atrás la parálisis ocasionada por la pandemia, pero sin nafta en el tanque ya que no se contaba con reservas suficientes para sostener ese ritmo de actividad. Esa situación comenzó a manifestarse en abril, con los primeros ruidos financieros cuando el Ministerio de Economía no logró renovar todos los vencimientos de deuda. En junio se produjo una corrida contra los bonos soberanos y se disparó la brecha cambiaria, lo que determinó la salida del ministro Guzmán. En la segunda parte del año se produjo una fuerte reducción del gasto público para alinear la política fiscal al acuerdo con el FMI, se subieron las tasas de interés, se aplicaron nuevas restricciones y nuevos beneficios en el tipo de cambio para sectores agroexportadores. Esto comenzó a sentirse en una menor actividad, que al mes de octubre registró una caída del 0,4%. Lo que no pudo lograrse durante 2022 fue la recuperación del poder adquisitivo de las mayorías. La tasa de aumento de los precios casi se duplicó a lo largo del año. La inflación erosiona los ingresos internos ya que tanto la indexación de las jubilaciones y asignaciones, como las negociaciones paritarias responden con retraso frente a la disparada de los precios. Para este 2023, la disponibilidad de dólares estará comprometida por la sequía, los pagos netos al FMI por U$S 3.400 y el mayor costo en el financiamiento producto de las subas de tasas internacionales. La deuda en pesos también suma presión, ante la imposibilidad de extender vencimientos con el sector privado, al menos hasta el momento. En este marco, el crecimiento de un 2% previsto en el Presupuesto 2023 sería incluso una noticia positiva. Para jugar a favor en el desafío electoral, la economía debería mostrar una baja significativa en la inflación que dé lugar a una recuperación de los ingresos, un escenario que todavía tiene baja probabilidad. Para tener un buen desempeño electoral con una economía sin buenos resultados se requiere una astucia política que ha estado totalmente ausente en el Gobierno hasta esta altura.