Hojas sueltas

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A medida que la tasa de natalidad en el Norte fue disminuyendo, a partir los ‘60, la industria de la lactancia artificial buscó nuevos mercados para seguir incrementando y asegurar su tasa de beneficios. Los países del Sur se convirtieron en el nuevo objetivo de las empresas, dispuestas a todo para ganar dinero. Las agresivas campañas de marketing de la lactancia artificial, repletas de mentiras y datos falsos, se convirtieron en la norma, con consecuencias dramáticas para las criaturas. La generalización, del uso de la leche de fórmula, en palabras de la OMS, provocó un aumento de la mortalidad infantil, debido a las pocas garantías higiénicas y de potabilidad del agua con las que se preparaban los biberones.
Un drama que dio lugar a una de la campañas de boicot más relevantes a nivel internacional: la que tuvo lugar contra Nestlé en 1977, la empresa número uno del sector. Su agresiva publicidad en los países periféricos instaba a las madres a abandonar la lactancia materna en favor de la artificial porque supuestamente mejor. Mentiras de las que Nestlé sacaba jugosos rendimientos económicos.
La empresa utilizaba publicidad engañosa elogiando las virtudes de la leche de fórmula y regalando muestras, por solo citar algunas de sus artimañas. Contó con la complicidad de la mayor parte del sector sanitario, como recuerda la Organización de las Naciones para la Alimentación y la Agricultura (FAO): «Lo peor consistió en que los médicos se pusieron al lado de los fabricantes».
Multinacionales como Nestlé o Danone siguen insistiendo que su leche es mejor que la materna. Los efectos en los países del Sur son especialmente trágicos. Así lo asegura UNICEF, cuando sentencia que la leche artificial «es cara y conlleva riesgos de enfermedades adicionales y la muerte».
Sin embargo, la percepción social es otra y a menudo se asocia el biberón a una mejor alimentación. Pero si una mamá deja de dar el pecho, su producción de leche disminuirá, encontrándose, si esto sucede, con la única opción de administrar leche artificial al bebé que, eso sí, tendrá que pagar y comprar.

  • Esther Vivas