FÚTBOL. La ciudad sin potreros

Por Alfredo Guillermo Bevacqua

La última entrega de los premios Martín Fierro de la televisión argentina produjo, a poco de dar comienzo, un ventarrón de aire fresco y que hizo pensar en que esta vez no se premiaría apellidos o generadores de escándalos (pero apenas fue un soplo: Juanita Viale, “mejor conductora”…). Concretamente entre los primeras estatuillas a distribuir figuraba el rubro programa deportivo; en el competían dos programas conducidos por periodistas que no se destacan por su talento, pero, innegablemente, tienen una generosa platea que le encanta el chusmerío mas que el fútbol. Al tercero lo conocían muy pocos, se emite por la TV pública, cuyo rating apenas llega a un punto. Su título es una expresión de deseos “¡Que vuelvan los potreros!”.
Es probable que ni los centenials, ni los milenials, sepan de que se habla cuando se manifiesta ese deseo. Los futboleros de fines del siglo pasado y de este siglo poco saben de la importancia que tuvo el potrero para el fútbol argentino. Osvaldo Ardizzone, uno de los excepcionales periodistas que conformaron la redacción de la querida e inolvidable revista “El Gráfico”, allá por 1962, escribió una nota titulada “Ya salen”, en la que decía que “el fútbol argentino paseaba por el mundo, orgulloso, un cartel que decía ¨País con potreros”. Y era cierto, aunque en ese entonces no hubiera 4.864 jugadores argentinos, diseminados en 129 países del mundo y 70 de ellos en las ligas mas importantes del planeta (la Premier de Inglaterra, la Liga de España, la Serie A de Italia, la Ligue 1 de Francia y la Bundesliga de Alemania) y el 75,5 % del total, lo hacen en equipos de la máxima categoría de cada uno de esos países.
Es probable que la primera emigración masiva de talento futbolístico se haya dado en 1957, cuando luego del Sudamericano de Lima, partieran hacia la Juventus, el Internazionale , Bologna y Real Madrid, Enrique Omar Sívori, Antonio Valentín Angelillo, Humberto Dionisio Maschio y Rogelio Domínguez, respectivamente. Eran demasiado importantes, y el fútbol argentino lo sintió mucho; al año siguiente se instalaría el fantasma de Suecia que por 20 años lo atravesaría.
Ellos eran expresión genuina del potrero: picardía, audacia, habilidad, inteligencia. Todo lo habían aprendido en el aula, sin techo ni muros, del potrero. Ese terreno desparejo, en el que pastaban y dejaban las huellas de sus herraduras los caballos; que incluso tenían las huellas de los carros que los atravesaban. Allí creció la gambeta, que era mas segura que dar un pase en un terreno tan irregular; y la picardía para usar esos desniveles; y para jugar “a la pelota” en el potrero (así lo llamaban los porteños, los rosarinos le dirían” hueco” y nosotros “campito”) no había que pagar. Era gratis.
Si, antes para jugar al fútbol, en la Argentina, no había que pagar, ni reservar turnos con anticipación. Por eso, tantos gambeteadores, tantos pícaros, tantos habilidosos. Hoy es más fácil “saltar líneas”, y un “caño” –aunque sea el mas hermoso del mundo- ya ha cumplido 22 años (Juan Román Riquelme a Yepes (River), en partido por Copa Liberadores de América), lo que señala que ha dejado de ser una habitualidad.
El potrero marcó la vida del fútbol argentino, y el título del programa, justificadamente premiado, expresa esencialmente el deseo que vuelva la belleza y picardía que llenó de alegría las canchas y que le otorgó al futbolista argentino un perfil, una identidad, que indudablemente ha perdido. Y es algo que no ocurre con el fútbol brasileño; tal vez será porque en Brasil, divertirse jugando al fútbol sigue siendo gratis.
Bastará una recorrida por las calles de la ciudad para otorgar certeza a lo expresado: los terrenos baldíos han desaparecido: en buena hora, podrá decirse, ya que se han levantado edificios, que han generado trabajo en todos los gremios involucrados en su construcción y se habrá aliviado el déficit habitacional. Además, podrá argumentarse, que todos los clubes tienen su departamento de fútbol infantil y están organizados con niños de 5 y 6 años. Si, es así. Algunos muy bien organizados. Pero… pero todos compiten. Y un porcentaje importante de padres ven a su niño no ya “en el fútbol de Buenos Aires” -como decíamos en el siglo pasado-, sino en la Premier, o en La Liga, o en la Serie A. Y entonces no se aplaudirá la rebeldía, no se estimulará la audacia, solo se festejará la gambeta si termina en gol.
Antes se mencionó la gratuidad para jugar; si, ningún club le cobrará al niño, y si tiene habilidades con mayor razón aún, pero cada categoría genera sus propios recursos para adquirir la vestimenta, el calzado y viajar a torneos; no es extraño, entonces, que algún niño con posibilidades económicas mas elevadas relegue a alguno con mayor talento, pero que por su condición social no pueden aportar en los eventos benéficos: vender números de rifa o vender pollos asados, o docenas de ampanadas, Es decir, todos aquellos niños que están “fichados” en algún equipo no deben abonar cánon alguno, pero si no lo están la búsqueda de un lugar para jugar se complica. Hacíamos mención a la gratuidad en Brasil; resulta fácil de explicar, el país del norte tiene casi 12.000 kilómetros de playa, y en la última hora de la tarde, los bañistas levantan sus reposeras y le dejan lugar a quienes juegan; si ello ocurre en un alguno de los 4.500 km.de playa que tiene la Argentina, en la costa atlántica o en el río Uruguay, sonará estridente el silbatazo de un bañero, poniendo inmediato fin al “picado” que se haya armado. En Brasil, la arena mojada, los pies descalzos, generaran efectos similares a los de terrenos poceados por caballos o ruedas de carros; en el Banco Pelay, en Paso Vera o en cualquier playa del Atlántico argentino, el pelotazo en un termo provocará una descomunal batalla campal…
Que vuelvan los potreros es un deseo casi de imposible cumplimiento en ciudades como la nuestra; puede ser en comunidades mas pequeñas, por ello el trabajo en pos de esa ilusión debe continuar; el fútbol argentino le debe mucho a los potreros y volver a ellos sería recuperar la esperanza de la alegría en el fútbol y seguir mostrando al mundo el orgulloso cartel del que hablaba Osvaldo Ardizzone.