ENTREVISTA. Ana Katz, genia del humor desubicado

La directora al recibir el Premio Especial del Jurado del Festival de Cine Karlovy Vary, República Checa.

La cineasta de los dramas alegres y las comedias tristes estrena en Mubi “El perro que no calla”, la película que predijo la pandemia. Mientras tanto escribe su nuevo proyecto: una historia de acción protagonizada por las integrantes de un equipo femenino de handball.

Ana Katz (Buenos Aires, 1975) es como una isla en el cine argentino, incluso entre el novísimo. Sus películas saben reflejar el lado absurdo de la vida, y brillan casi siempre risueñas en esa tierra de nadie de los géneros, donde tan pronto podemos hablar de dramas alegres como de comedias tristes. Sus padres eran psicoanalistas, y eso también se nota. Desde que se dio a conocer con “El juego de la silla” (2002), comedia cinematográfica y luego exitosa obra teatral que narraba el incómodo retorno a casa de un exiliado en Canadá, ha estrenado hasta seis largometrajes con los que ha ido experimentando hasta llegar a la más marciana “El perro que no calla” (2021), retrato de un hombre abocado a la precariedad ambiental, encarnado por su hermano y colaborador Daniel Katz, que vivirá sucesivas crisis, incluida una pandemia.

-Ya te habrán dicho mil veces que eres una Nostradamus por ese confinamiento que rodaste en “El perro que no calla”, antes de que el mundo lo sufriera de verdad, ¿no?
-Sí, estuve ganando notoriedad como supuesta visionaria. Obviamente, no me puedo hacer cargo de eso. Aunque sí creo que las señales son constantes y múltiples. Hay un meteorito como el de “No mires arriba”, pero en vez de destruir el planeta provoca un desprendimiento de gases que modifica la composición química del aire. Y pasa eso del oxígeno que se regulaba distinto más allá de metro 20, porque me divierte lo de andar agachada. Soy actriz, y me la paso haciendo pavadas físicas. Hace ya 10 años que empecé a pensar en hacer una película con esto. Mis amigos me decían que la parte de ciencia ficción era demasiado cualquier cosa, pero yo quería hablar de que siempre encontramos la manera de adaptarnos a todo. Ahora, por ejemplo, vas al banco y ya no hay nadie. Y es un edificio en el que, hace seis meses, ibas y le preguntabas a un señor para averiguar de créditos. Te dicen: “Es una estación digital”. Pero, ¿a quién le pregunto yo nada ahora? Y nosotros decimos, “ah, está bien”.

-Tampoco vamos a dinamitar la “estación digital”.
-Lo has dicho vos. Yo no me hago cargo. La gente viene y pasa por las máquinas. Pero estoy contenta, porque “El perro que no calla” la están poniendo también en el museo Malba y todas las entradas están siempre agotadas. Además, va gente muy joven, que es lo que me hace más ilusión. Cuando la hicimos, le dije al equipo que, si la ponían en Lugones, que es una sala muy cinéfila, podía tener cierto éxito, pero no me esperaba esto. En los cines convencionales duró una semana, que es lo que viene siendo normal desde la pandemia.

-¿Por qué rodarla en blanco y negro? Tu cine siempre ha sido bastante colorista.
– Fue una decisión intuitiva, y de las primeras que tomé. Quería concentrarme en bajar la cantidad de ruido en todos los niveles posibles, para concentrarme en ese personaje y sus momentos vitales, seleccionados de una manera un poco caprichosa. Al ser ya mi sexta película me tomé esa libertad, como la de llevar a cabo esas elipsis tan radicales que, para mí, son una manera de combatir la narrativa de lo que solemos ver en las plataformas.

Psicoanalistas argentinos

-Pero acabas de dirigir una serie, ¿no? “Terapia alternativa”.
-Es la segunda serie que hago. Es bastante erosiva sobre cuestiones morales en torno al mundo de la pareja, y hay algo de juego ahí. La terapeuta a la que van los personajes es una impostora, y ese el permiso habilitante para meterte en zonas que están fuera de las normas. Esta serie me llamaba. Soy hija de dos psicoanalistas. Sé un poco de lo que hablo.

-Me lo imaginé por “Sueño Florianópolis” (2018), en la que Mercedes Morán y Gustavo Garzón son dos psicoanalistas que se van de vacaciones a Brasil en plan terapia personal.
-Sí que tiene algo autobiográfico, pero sobre todo en lo de viajar en auto con la familia en los 90. No sé por qué Buenos Aires se convirtió en el epicentro de psicoanálisis. Sé que Lacan vino de visita una vez. Mi papá ya lo perdí, mi mamá está y trabaja. Ella trabajó mucho con el psicoanálisis ligado al feminismo. Hay una idea del psicoanálisis que va en contra del capitalismo. Esa zona es la que más me interesa.

-¿Qué zona?
-El psicoanálisis tiene como dos zonas. Una tiene que ver con intentar entender o dirigir tu propio proceso vital, controlar ciertos impulsos. Pero hay otra que está más ligada a lo onírico, al deseo, y creo que antes esta zona era más corajuda que ahora. En Mubi ves películas de 1958 y son mucho más extremas. No pienso que el pasado fuese mejor, para nada, pero creo que pensar estuvo bien visto durante un tiempo, y que luego ya no tanto. Los cuentos de Bioy Casares estaban en el diario, por ejemplo.

-Tus películas son políticas, siempre hay una tensión de clase, a veces incluso violenta, con dinero de por medio. Pienso en “Mi amiga del parque” (2015), que además me parece muy pionera en lo que es tratar ese tema de las malas madres, que está tan de moda.
-Sí, Mercedes Morán, que es muy sabia y es de esas actrices que actúa autoralmente, me dijo que esta película se iba a poder entender más adelante. Esa rebeldía contra quedarse sola en casa cuidando del bebé… En la película se ven esos mediodías en la plaza donde coinciden las madres, los ancianos y la gente de psiquiátrico, que está fuera del sistema. Por otro lado, en los sectores de juego, cuando un nene está por caer sólo se le busca si es tu hijo. Y el baldecito de plástico no se lo dejas al otro. Ahí empecé a tener una sensación de estafa. Se cría como malos a los chiquitos, y eso es horrible, extremo. Cuando estás criando estás armando gente nueva que debería ser buena gente. A partir de ahí no volví a sentir que había armonía en el mundo.

Mujeres de película

-¿Te sentís implicada políticamente?
-Cada vez más. Justo lo contrario de lo que se suele decir. Voy a montar un grupo revolucionario a los 60. Cada vez veo más clara la injusticia con la que están planteadas las reglas sociales.

-No te emparento con nadie del Nuevo Cine Argentino, ¿alguna afinidad?
-Cuando tenía 18 años, y fui a ver “Gatica, el mono”, de Leonardo Favio. Esos excesos me maravillaron. Me impactó saber que pudiera haber un chorro de sangre durante 10 minutos con una música ahí extrema que no se va. Pero es verdad que estoy un poco desligada de mi generación de directores, y eso me apena. Ojalá que cambie, siempre hay tiempo.

– ¿Y qué estás escribiendo ahora?
– Mi nueva película, con Daniel Katz e Inés Bortagaray. La película se llamará “Águilas plateadas”, y en realidad la primera versión que escribí es de 2014. Hace años que tengo la fantasía de hacer una película de acción de mujeres. Creo que las mujeres somos bastante buenas en sobrevivir, y lo quiero contar a nivel físico. Es complejo, pero estoy ahí trabajando. Es sobre un equipo de handball femenino, y se da un episodio confuso que las obliga a escapar, a esconderse y a sobrevivir. Vi muchos documentales de supervivencia, y va a ser muy en la naturaleza, entre la selva y el desierto. No sé si va a ser muy barata. No, no es muy barata.