Entre 1980 y 2019. Recuerdos de una periodista

 

Clelia Vallejo – Profesora – Periodista

Entré a diario LA CALLE el 23 de abril de 1980. Con ese primer paso ingresé al territorio de la palabra escrita, se me dio “luz verde” para el desarrollo de mi gran pasión: la escritura. Después vendrían los maestros que me enseñarían los rudimentos del periodismo. Estos eran (en ese tiempo en el que los aspirantes teníamos por universidad las redacciones) los jefes de Redacción.
Docente indiscutido, el que estaba al frente ponía en práctica el dicho latino: “magister dixit”. Pero en este caso no era arbitrario ni caprichoso: el jefe de Redacción era realmente idóneo y había aprendido de los que vinieron antes que él. No cualquiera estaba a cargo de la Redacción de un diario. Era el que reunía la inteligencia, la sagacidad y la capacidad para llevar adelante un grupo humano. Así nos formábamos.
En LA CALLE aprendí a conocer el olor de la tinta de impresión, la leve aspereza del papel, el ritmo del tecleo de los linotipos… pero no imaginaba que ese paso iba a ser el primero de miles de pasos que se multiplicarían a lo largo de 38 años.
Aun guardo en la memoria la calidad y la calidez de muchas de las personas que encontré en esos tiempos. En primer lugar, su director: Ricardo Saenz Valiente. Una persona excepcional en lo humano y como empresario. Tenía sus detractores, claro (¿qué director de diario no los tiene?); pero él, conocedor de mis orígenes muy humildes y mis deseos de superarme y aprender, me ayudó. Allí conocí también al editorialista, Diego Young, de vastísima cultura, genial al momento de opinar. Al principio, y por varios meses, trabajé con él. No me dieron acceso a la Reacción de entrada, sino que me emplearon en la clasificación de temas vinculados con la política internacional bajo la tutela de Young.
Así amplié conocimientos que traía de mi padre quien me sentaba a leer Clarín y La Nación (si había para comprarlos) y me hablaba de Fidel Castro y de Sierra Maestra; de Perón y de Franco, de Charles Degaulle, de Estados Unidos y los rusos… ( por supuesto que el doctor Young aventajaba en conocimientos y cultura a mi padre en años luz, pero mi humilde gallego, cuidador de plazas, zapatero y carpintero me supo transmitir su interés por la información desde mis tiempos de “Semillita” de Don Bosco).
En ese momento se desempeñaba como jefa de Redacción la notable escritora y profesora María Luisa Casanova de Galotto (o Marisa Allende, seudónimo con el que ese hizo famosa por sus poemas y radionovelas). Antes había estado su esposo, el profesor Roque Galotto, a cargo de la Redacción y ella era la secretaria, pero yo llegué cuando Roque ya se había ido siguiendo otros rumbos marcados por su espíritu de docente y escritor inquieto e innovador.
Beba, como cariñosamente la llamaban sus conocidos, le puso la impronta de su espíritu femenino y tierno y su visión del mundo de la cultural a muchos de los escritos que publicara en ese entonces LA CALLE.
Luego llegó el jefe nuevo: Heriberto Luis Sagastume. Ya había pasado por la Redacción y se había ido para trabajar en aduanas. Docente de profesión y periodista de alma, el “Vasco Sagastume” no te perdonaba una… ¡Ah, no, con él aprendías o aprendías! Una anécdota referida a su regreso cuenta que el subdirector del Diario, Jaime “Mito” Mir (a quien recuero también con afecto), lo fue a buscar con una máquina de escribir (las infaltables Olivetti) a su casa o a la aduana (esa parte no la tengo clara y pido disculpas si no es totalmente veraz mi relato). Ese fue el “gancho” para que Sagastume volviera y se quedara en el diario hasta su jubilación. Él fue el que me dijo “usted pierde el tiempo amontonando papeles, vamos a ver qué tal escribe” (a todo esto ya se había ido Young a trabajar en la Justicia). Así se me abrieron las puertas de ese templo sagrado que era la Redacción. Pasé el examen y por 15 años estuve a cargo de la sección Sociales. Recuerdo que con un cuadernito de tapas rojas empecé a recorrer los barrios cercanos a mi casa buscando cumpleaños y aniversarios de bodas. A las parroquias iba por los bautismos y casamientos. Cubría homenajes en el cementerio, ágapes, desfiles de modas, tés canastas y otros eventos organizados por las señoras de la Sociedad de Beneficencia.
Mujeres caritativas, señoras finas y educadas de clase pudiente que ayudaban al Hogar de Ancianos. Recuerdo haber visto a una de ellas pintando personalmente bellísimas flores en los muebles de los dormitorios para las ancianas. Flor que se repetía en la puerta de la habitación y le daba su nombre. Ellas ocupan un lugar en mi recuerdo y en mi corazón. Podrían haberse quedado a disfrutar de la comodidad de sus vidas, pero salían a trabajar por los abuelos desamparados… Tampoco me olvido de esas guerreras que fundaron la filial de LALCEC. Se pusieron al hombro una tarea titánica, y lo lograron. Hoy la institución lleva salud, alivio y consuelo a enfermos que viven en la ciudad y la zona.
Volviendo a mi jefe, por ahí anda el “Vasco” todavía del brazo de su amada Marga, presto al saludo, al abrazo fraternal cada vez que se encuentra con alguno de los que todavía quedamos del querido Diario.

Una anécdota de Malvinas
Entre la gente que conocí y con las que desarrollé un sincero aprecio y respeto, recuerdo a Néstor García. El atendía el teletipo cuando recién ingresé. De esos tiempos tengo una anécdota: durante la guerra de Malvinas, a Néstor le tocó capear un temporal: llegó en forma bastante brusca un hombre (muy bebido) que pretendía que enviásemos una nota de desafío a Margaret Tattcher (la primera ministra británica) para que se batiera a duelo con él en cualquier país y con el arma que ella eligiera: “Ya le voy dar yo mujer de Hierro”, repetía muy ofuscado. Cabe recordar que a esta figura política internacional, los medios periodísticos de entonces le habían dado ese apodo, dado su accionar inflexible en el conflicto bélico con nuestro país.
García, con astucia, le informó que por medio de esa máquina (teletipo) él enviaría su desafío a Tattcher. Así el indignado ciudadano se retiró a esperar la respuesta que, por supuesto, nunca llegó. Tampoco volvió a la Reacción, tal vez temeroso de que la “Dama de Hierro” aceptara el desafío que temerariamente le había lanzado.

Otros compañeros queridos
Entre otros compañeros de tarea que recuerdo con sincero afecto es “Poyuco” Minatta, el personaje bohemio de LA CALLE; a “Pinti” Puchulu, con su presencia elegante y magnética, a María Soledad Muñoz excelente periodista que se puso al hombro la lucha contra la curtiembre que envenenaba con sus tóxicos el Arroyo de La China. Soledad no estuvo mucho tiempo. Se fue para dedicarse su familia. Otra redactora que se había ido para casarse y vivir en Gilbert fue Mónica Cargneux.

Deportes y su gente
Otros de mis primeros compañeros de redacción fueron Guillermo Bevacqua, Jorge Bonvín, luego Aníbal Bonvín, todos excelentes en su trabajo en deportes. también estaba Gustavo Contenti, luego se sumó Aldo Comte. También pasaron por esa sección Eduardo Gradizuela, Marcelo Scaglia, Daniel Francischini , Mauricio Galarza… y más cercano en el tiempo Manuel Iconicoff quien todavía ejerce su profesión.
Si bien Guillermo Bevacqua se fue a pocos meses de ingresar yo en los ‘80, lo volví a encontrar en los últimos años como jefe de Redacción, ya con otros dueños. Fue otra perspectiva de trabajo en equipo con buenos resultados.

De feliz memoria
Cuando alguien moría en ese entonces por aquí se usaba un término muy eclesiástico: “de feliz memoria”. Los años 2000 trajeron nubes teñidas de dolor para nuestra familia diariera: fallecieron varios de los nuestros. El primero fue Carlitos Zaffaroni, jefe de Taller. Enfermó y partió meses después pese a los tratamientos que recibió. Al poco tiempo sorprendió la partida de “Pelusa” Arrieta integrante de Armado, y del corrector Angelito Del Río, aunque este último arrastraba varias dolencias. En el año 2003 nos dejaron Silvita Bacon, también de Armado, una mujer dulce, bella y luchadora que peleó hasta las últimas consecuencias. Querida y Luminosa amiga, me tocó despedirla entre las lágrimas propias y de todos los presentes. Ese mismo año 2003, en noviembre, falleció “El Jefe” como le decíamos entre nosotros: Ricardo Alberto Saenz Valiente. No solo se fue una buena persona, sino el capitán de esa nave llamada “Diario”.
Una nube negra cubrió a nuestra familia, pese a los esfuerzos del subdirector Jaime Mir y del administrador Héctor Lovisa, quienes mantuvieron el barco a flote hasta que otra gente tomó el mando. Y el rumbo cambió, finalmente, vendieron a los actuales dueños.
En los años siguientes, durante el mandato de los primeros sucesores de Saenz Valiente, hubo un cambio frecuente de jefes de Redacción, elegidos entre nuestros mismos compañeros. Yo pedí el pase a Corrección y me atrincheré allí esperando tiempos de bonanza. Finalmente me ordenaron volver a Redacción, nada menos que a Policiales. Dominé el pánico, dejé la birome y cargué otra vez mi diminuta máquina de fotos en la cartera.
Fueron años de aprendizaje cruento, de tutearme con lo peor del ser humano, del saber que el valor de la palabra en los juicios era diferente. Ora esgrimida como espada, ora como escudo según la usaran la Acusación o la Defensa y el peso de mazo que adquirían en los labios del juez. Fueron años que me absorbieron como un agujero negro, pero volví a ser alumna, a competir, a pelear la noticia palmo a palmo con Pablo Bianchi, otro ex compañero de LA CALLE del Departamento Fotografía, que tiene su medio propio y ejerce aun el periodismo. Esa competencia nos sirvió para cimentar a la postre una buena amistad.
Antes de la venta de LA CALLE se fueron Néstor García, José Bevacqua, uno de los puntales de Armado; Mauricio Galarza y su esposa María Laura Arlettaz de Redacción, quienes recalaron en La Prensa Federal. Mucho antes también se habían ido Matías Giqueaux y Yamina Montiel.
Por ahí suelo encontrarlo a Matías, sonriente, con la energía propia de sus años jóvenes. Siempre ligado a su doble vocación: el periodismo y la política.

La gente de Administración
Con el administrador Héctor Lovisa, siempre correcto y tajante, a la cabeza, recuerdo a Liliana Spiazzi, Guillermo y Luis Baccaro, Roxana Calderone… y tantas otras personas que pasaron por ese lugar fundamental que era la recepción de “Avisos”. El fuerte eran los inmobiliarios y los negocios que anunciaban sus productos. En Sociales los fúnebres, las participaciones de enlaces y demás… en un tiempo tuvieron su oficina de producción de publicidad en el diario Diego Satto y su hija Alejandra.
Por esos años (siempre posteriores a los ’80) los recursos de LA CALLE eran genuinos. Todo se solventaba con la publicidad. No recuerdo haber oído hablar de pauta oficial. IAPV, por ejemplo, sí publicaba las adjudicaciones… y también había anuncios de tribunales por herencias o controversias civiles.
Hay algo que debo dejar en claro: siempre cobramos nuestros sueldos. No era mucho, pero nunca dejamos de percibirlos. Y en épocas de inflación, “El Jefe” solía fletar algún camión con alimentos básicos para ayudar a los empleados. Especialmente, una vez que se debió recurrir a una baja en los sueldos para no despedir a nadie.

Más dolor
Pero Las muertes no habían cesado: por esos días (avanzada la primera década del 2000) Fabián Romero, otro miembro de Taller, decidió partir por su cuenta y eligió como lugar las instalaciones donde había trabajado tantos años. Tal vez con el propósito de que lo último que vieran sus ojos fuera ese, el segundo hogar de todos nosotros.
Se hablaba ya del cambio de local en el año 2010, cuando murió súbitamente Oscar Marcelo Satto, otro personaje de la Redacción. Cuando ingresé a LA CALLE en los ‘80, el jefe de Taller era Satto. “Burrero de alma”, no solo dirigía el Taller, sino que hacía las notas sobre Turf para el diario y LT11. Tal vez en su persona se ejemplifique ampliamente cómo los diarios en esa época eran verdaderas escuelas informales. Satto había comenzado trabajando en el reparto de diarios a domicilio, luego siguió en Expedición, el Taller, la Redacción…. hasta llegar a ser cronista de Policiales y secretario de Redacción, antes de jubilarse.
Otros compañeros que fallecieron más recientemente fueron las poetisas Estela Paredes, que dejó relativamente pronto el periodismo para formar su familia, y Teresita Zapata que abrazó de lleno su carrera docente en cargos directivos. Asimismo, partió cuando ya habían dejado el diario Viviana García, que llenaba de luz los rincones con su risa, y su ex esposo Pablo Unthernhärer también murió pocos años después. Pero su sangre mezclada todavía corre por las venas de sus dos queridos hijos: Maxi y Kurchi.
Asimismo, falleció “Cacho Torres”, ya jubilado, otro integrante de Taller. Recuerdo su aspecto impecable, su voz fuerte, sus retos cuando algo no le gustaba. Fue un trabajador dedicado, un buen hombre.
No quiero olvidarme de la gente de maestranza y la primera que me viene a la memoria es doña Nélida Suffo, luego Daniel Cáceres, Galván, Manolo González, su hijo Leonardo… también pasaron muchos chicos que de repartir diarios se transformaban en cadetes o pasaban a otra sección: recuerdo a Guille Suffo que siguió repartiendo LA CALLE hasta la última edición en papel y de Eduardo Prado que se fue para estudiar enfemería y luego medicina. Siento una gran alegría al pensar que este joven, ya hombre, debe ser el “doctor Prado” y andará brindado su calidez y sus conocimientos para devolver la salud a sus pacientes.
No mencionar a Juan Carlos Cáufero que fue distribuidor de LA CALLE desde sus comienzos, sería imperdonable. Me viene a la memoria la figura del “Ruso” con su motito luchando con los repartidores para que el ejemplar llegara temprano.
Tampoco me olvido de otro “armadista”, Fernando Tropini quien buscó otros rumbos cuando luego del deceso de “El Jefe” la atmósfera se complicó.
No puedo dejar de mencionar a María Dolores Ferreri, quien tomó la posta de Sociales avanzada la década del ’90 y le confirió su “glamour”, ni a Mercedes Gargano que vino a Corrección en la segunda década del 2000. Con su voz fuerte y su energía, le ponía los puntos a todo lo que no le gustaba. Ambas dejaron el diario antes de mi jubilación en 2019 pero no coincidieron en su tiempo de trabajo, pues Dolores se fue pasado el 2012 y luego vino Mercedes. Ambas dejaron su estela: delicada y simpática la primera; explosiva y brillante la segunda.

El corrector estrella
Y ya que hablamos de correctores, una mención especial merece Poldi Broëdel, hijo del fundador de LA CALLE, don Leopolo Broëdel. Cuando su padre vendió el diario a la firma Sáenz Valiente, Poldi continuó con su tarea de corrector. De fuertes creencias mormonas, tenía la mirada de un niño asustadizo y la inocencia en la sonrisa. Era muy culto Poldi, muy conocedor de su oficio. Todos le teníamos cariño, aunque algunos lo disfrazaban con la severidad de la mirada. Recuerdo que una vez yo tenía problemas con un tema de la mitología griega en el profesorado y se me ocurrió preguntarle. En pocos minutos me aclaró el punto que no entendía. Desde entonces creció mi respeto hacia él. Pero tal vez por la figura adolescente que lo acompañó hasta su muerte a los 72 años, no puedo recordar a Poldi como a una persona adulta y mucho menos como a un adulto mayor. En mi mente y en mi corazón sigue viviendo “Poldito” el que un día adoptó un gatito al que bautizó “Saltarín” porque así se llamaba la comida que le compró. Más niño que hombre; sabio y a la vez infinitamente humilde. Un día, ya jubilado falleció solo en su casa… Al recordarlo todavía se me resbalan Las lágrimas, Chau hermanito, chau “Poldito”.

La mejor etapa
Con los ’80 llegaron grandes cambios. Saenz Valiente siempre estaba a la vanguardia así que adquirió la rotativa que vino desde Estados Unidos e incorporó una red de computadoras para simplificar el trabajo. Así desaparecieron viejos sistemas de edición y se le dio mayor nitidez al producto que se ofrecía. Puede decirse que allí comenzó la época de oro de LA CALLE.
Por esos tiempos traía también gente de otros lugares para perfeccionarnos. Recuerdo que vino dos veces Jorge Covarrubias de una agencia informativa internacional y un norteamericano cuyo nombre se llevaron las brumas del tiempo y gente de ADEPA… entre otros. Todavía guardo los certificados.
En esos días irrumpió en la Redacción Hernán Bravo, nuestro “Hernancito”, venía con sus blasones de estudiante de La Plata y su pelo largo a media espalda (aunque ahora ya no le quedan rastros de su frondosa cabellera). La primera orden de Sagastume fue “cortarse el pelo” y Hernán con su beatífica sonrisa accedió. Yo hubiese peleado a muerte por mí pelo, pero bueno, se usaba cortito y hasta yo lo llevaba así, a la moda.
Muchas personas fueron las que se incorporaron por aquellos tiempos, algunos de los cuales todavía aportan su profesionalismo y calidez al periódico. Cada uno, desde su lugar y con su esfuerzo han hecho posible que LA CALLE siga latiendo al ritmo de su ciudad. Pienso en Rubén Costa y Rosita Schelegel, por ejemplo, siempre tan generosos y solidarios. También en Melina Paz, con su empeño y capacidad en Administración. Y tantos otros que quizás estuvieron menos tiempo, pero también dejaron su huella.

Un jefe de aquellos
No quiero cerrar estos recuerdos sin hacer mención a ese Jefe de Redacción con mayúsculas que fue Daniel Libardi. Él le trajo al diario un soplo de libertad e innovación. Nos obligó a salir del escritorio. Nos introdujo en el mundo del periodismo de investigación. Y ahí fui, temerosa a buscar la nota pero ya no como mera información, sino que iba al hueso, a lo medular. Tanto aprendimos con Daniel que yo nunca voy a terminar de agradecerle a ese bahiense trashumante que se marchó a Estados Unidos con su familia para seguir perfeccionándose. Bajo su dirección nació la columna “La Calle en los barrios” que me lanzó de lleno a una realidad que, si bien, podíamos entrever por lo que se presentaba en las calles de la ciudad, era más dura de lo esperado. Una vez una querida señora me dijo: “Nos estás mostrando una ciudad distinta de la que conocemos”.
Muchos lectores hicieron espontáneas donaciones para los necesitados (si bien no era ese el objetivo de las notas). Recuerdo que un vecino de la zona de la EET N°2 donó 35 chapas prácticamente nuevas para que una familia que vivía en un “bendito” hecho con plásticos en la zona de puente de “Fierro”, pudiera armar su casillita.
Si el Vasco Sagastume fue un formador de periodistas muy eficaz, Daniel Libardi representó un salto cuántico en cuanto la enseñanza de los géneros periodísticos.

La página digital
En los ’90, creo que al final, se inició la página digital. El encargado fue Juan Carlos Colombo, secundado por Leandro Iglesias, Rubén Aguilar (que aún se desempeñan como armadores), Gabriel Castro y Beto Cohen. Beto sigue apoyando las iniciativas, dándole fuerzas a los proyectos. Siempre existe la esperanza de reverdecer aunque ahora, temporariamente, LA CALLE ya no salga en papel.
La página digital es hora la “nave insignia” como lo es en otros “diarios de hoja” que debieron parar las rotativas por sus situaciones particulares.

Un capitán, un señor
Ese señor que fue Ricardo Alberto Saenz Valiente quería que su gente creciera en conocimientos, que mejorara sus vidas. Generoso con todos, pero firme e implacable a la hora de tomar decisiones, le hizo honor en épocas cercanas al General Justo José de Urquiza, cuya sangre corría por sus venas. Siempre sigue vivo en mi recuerdo “Jefe”. Que Dios bendiga su memoria.

Mi bohemia
Uno de mis artistas preferidos, Charles Aznavour, cantaba una maravillosa composición llamada “La bohemia”. Yo creo que el Diario LA CALLE fue “mí bohemia” y cierro la caja de estos recuerdos parafraseando a ese genial francés de origen armenio: “Teníamos salud/Sonrisa, juventud/y nada en los bolsillos. /Con frío con calor/el mismo buen humor/bailaba en nuestro ser/luchando siempre igual/con hambre hasta el final hacíamos castillos/y el ansia de vivir nos hizo resistir y no desfallecer….”.
Perdón, mientras escribo, la pantalla está cada vez más borroso y vuelven las imágenes y los sonidos de todas esas décadas de mi vida… No puedo parar de llorar. Chau…