Señor director:
En lo material, el mundo ha progresado, pero en lo mental y moral se ha estancado. El auge de la decadencia es innegable. Está comprobado que las religiones tradicionales no sirven de freno al materialismo de la sociedad de consumo; en lo cotidiano han sido arrasadas por el consumismo. Ahora, las nuevas religiones son las redes de Internet, cuyo principal capital es la información de sus adoradores y el alma de sus fieles.
Como se sabe, en este siglo, la distribución de la riqueza es la más injusta de la historia. Hasta hace poco el 50% de la población mundial poseía el 1% de la riqueza generada, mientras que el 1% de los más ricos se repartía el 50% de toda riqueza del mundo. Pero con la pandemia todo ha empeorado, el 1% más rico, aumentó sideralmente en 17.9% su riqueza, mientras que miles de millones de seres humanos no tienen que comer, sin que hasta el momento hayan surgido iniciativas importantes para remediarlo.
A pesar de la desorientación creada por la pandemia, muchos creen que la aprobación del matrimonio igualitario, y la legalización del aborto y de la marihuana, los ha hecho más “libres”, pero en realidad se han vuelto esclavos del sistema más que nunca. Pero no todos piensan de igual modo. También hay, personas que han despertado y están tomando decisiones cargadas de espiritualidad que, aun cuando cuantitativamente los logros no son muy significativos de momento, el instinto de supervivencia las hará crecer por la ley de compensación. Cabe esperar que el auge de la decadencia provoque un auge de transformación personal, en el que la evolución de la conciencia y el desarrollo espiritual aumenten progresivamente, hasta inclinar la balanza hacia el sentido común requerido para no sucumbir como ratas de laboratorio descartables. Para algunos no es fácil definir la dimensión espiritual de la experiencia humana, y sin embargo esa y no otra es la que a todos corresponde. La vida humana es demasiado valiosa para desperdiciarla dejando que los que ignoran su valor impongan las normas a seguir con criterios decadentes. Urge entender que la espiritualidad es innata en la naturaleza del ser humano y mucho más conveniente que la artificial impostura del materialismo al que nos fuimos acostumbrando en perjuicio de la necesaria evolución a la que estamos destinados. Un ser humano solo estará satisfecho de sí mismo cuando haya alcanzado el más alto nivel de su proceso evolutivo.
El conocimiento espiritual, excluido en las escuelas, debe cultivarse por encima de cualquier otro, porque de ello depende el verdadero bienestar de todos en este mundo y en cualquier otro. El modelo de cultura dominante, altamente materialista, impide la elevación de la conciencia –factor esencial del crecimiento personal–, y por tanto es necesario modificarlo radicalmente pues de lo contrario, como dijo André Malraux, “el siglo XXI será espiritual o no será”.
Lucas Santaella
El siglo XXI será espiritual o no será
