Sr. Director:
Agradezco a los concepcioneros como me gusta llamarlos, aunque sea la acepción menos frecuente. Muchos la llaman “Uruguay”, pero cuando uno está lejos, ese modismo se torna confuso y se asocia con el vecino país, por eso cuando me preguntan de donde soy prefiero decir con orgullo de Entre Ríos, lo cual es verdad, pero Concepción del Uruguay, es un territorio con mapa propio porque su mística es única, diferente a otras localidades de la provincia.
Me gusta pensar su nombre, como la referencia a la pequeña ave llamada urú que habita en la región. Aunque investigadores sostienen que la palabra se divide en uruguá, que significa caracol, e í, que significa río. La versión más aceptada es la que traduce el vocablo como río de los pájaros.
Todos los caminos conducen a Roma: Río y Pájaros, sería la constante.
Hace un poco más de 20 años, partí a otros lares y si bien siempre regreso, esta vez en contexto de crisis sanitaria me quede un tiempo prolongado.
Prologando como para:
Compartir tiempo con mi familia y disfrutar de mis sobrinos y sus retoños.
Tiempo y espacio necesario porque como bien ilustra Chavela Vargas “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida
Y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas
Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso
Que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo”
También visite amigos, «de lejos» (tomando distancia) y sin el mate compartido, algo así como un sacrilegio imperdonable, para algunos nativos, incluyéndome.
Amigos entrañables, que hace tiempo no veía y pude sentir que algunas cosas cambian, pero otras siguen intactas y esto me produce un bienestar casi innombrable, muy parecido a lo que llaman felicidad, porque aunque la vida sea pleno devenir y movimiento: atrapar la voz, la mirada, por un segundo, reconocerla y reconocerme fue como volver y apresar algo del sentido (del ser) en este tiempo incierto, desesperanzado y enrarecido.
Caminar la ciudad y observar como las fachadas de las casas trasmutaron en su arquitectura visual. Restos de lo colonial con añadiduras modernas, cambian el aire de los barrios, aunque hay conservan su identidad.
Algunos barrios, se vistieron de rejas imponentes y puertas blindadas, que no siempre coinciden con la arquitectura original y de base.
Reciclado que clama por conservar sus cimientos, a la luz de la modernidad con sus luces y sus sombras, como la globalización de la inseguridad, que también se acercó a la ciudad.
Aunque si me detengo y miro con disimulo por la hendija de las casas, casi invasiva, algo se reconoce, no todo está perdido y me “escucho” pensar » Ay mira acá vivía» Doña Celia» y ese recuerdo inexorablemente, me lleva al momento exacto donde a las 18 hs “veredeaba” con mi Abuela “Moca” y socializábamos de lejos con los vecinos que tímidamente se acercaban a “nada”, solo pasaban y hablaban del tiempo. Las conversaciones no tenían que ser productivas y el silencio era tan tolerable, como la palabra, práctica que ha caído en desuso, para algunos.
Es que los lugares no son nada, sin los fragmentos de memoria que le dan significación.
Pesquisar cómo se perdió el uso de las veredas como extensión de los patios de las casas, en algunos barrios usuarios del espacio socialmente compartido, me remite a la nostalgia de algún tango llorón.
Pero no todo se desvaneció, porque cuando uno “pedalea” la periferia puede observar que el uso social de las calles sigue vigente, no como “tertulias de salame y queso”, acompañadas con un aperitivo con nombre de mujer (Marcela), sino con niños chaparroteando en símiles pelopinchos casi en la rivera de las calles.
Las mismas antinomias de siempre o parecidas.
Quizás solo sea mi mirada teñida por el tiempo, que se volvió más amiga de lo dual.
Algunos matices y contrastes están más exacerbados, pero otros presentan colores uniformes, integrados y aparentemente logrados como por ejemplo, el paseo de la Isla del puerto, un lugar en donde caben “casi todos los gurises”, sin distinción de credos, ni clases, unidos por un trazo popular, gratuito y para todos los gustos: andar en bici, deleitarse con la sonoridad sigilosa del Uruguay, transpirar la camiseta con un trote sostenido o acarrear la “helatodo” “la colman” o solo un cuadrado de telgopor con lo q cada familia elige y “puede” degustar a la luz luna y la brisa veraniega, después de una jornada abrazadora de más de 30 grados, en donde la gran mayoría trabaja hasta tarde.
Ay mí negra, escuché más de una vez, de la voz de almaceneros del barrio y te cuento(cambio la persona, porque esto, es casi lo más importante del relato)que lo prefiero al «mí amor», de algunos vendedores porteños, porque » mí negra gurisa» es como un «manso» halago y eso no es cualquier «coyete», es uno q a veces pierde algunos plurales (s) que arrastran la melodía pausada del ser entrerriano y es en esa ausencia, donde emerge una presencia de amor tinto, añejo, con historia, olor, cuerpo y aroma, que no es igual a nada, es propio
Es del rio, de los pájaros y de “nosotros”
Nota: Véase que algunos verbos, no respetan la gramática, porque cuando entras en los recovecos del Uruguay, no sabes si fue ayer, hoy o puede ser mañana.
Es que el tiempo, no es una sumatoria de instantes, esto es la ilusión que tranquiliza. El rio, es el tiempo, decía Borges. El tiempo es un fluir permanente y nosotros vamos fijando “postas”
No vamos para adelante, cuando del tiempo se trata, vamos para atrás:
Volvemos.
Gracias gurises y gurisas por compartir esta “vuelta” que ya se fue, como el fluir del rio y el aleteo de los pájaros.
María Silvina Rode, entrerriana, concepcionera, uruguayense y otras yerbas.