El laberinto

Por Juan Martín Garay (*)

El anacronismo de los conflictos que se consideraban superados, hoy vuelven con más resentimientos y quizás tan agresivos como antes. La supuesta defensa de intereses que se enmascaran detrás de la libertad, generan nuevas formas de egoísmo y pérdida del sentido social y humano de construcción de comunidad. La desesperanza que atormenta con una fragilidad atroz, nos aísla constantemente, enfrentándonos muchas veces y debilitando con ello a la poca o mucha sana convivencia que debería existir entre todos nosotros.

La construcción de un mismo destino histórico necesita de un proyecto de futuro con menos conflictos, con procesos de vinculación donde el conjunto sea más importante que cada una de las partes que la conforman. Un compromiso real con los semejantes para la tarea por delante de refundar con esperanza nuestros vínculos sociales, fortaleciendo la convivencia, no postergando las respuestas a los verdaderos problemas y atendiendo aquello que realmente le importa a la gente.

Anomia

El sociólogo Émile Durkheim identifica para los análisis ciertos “momentos en el que los vínculos sociales se debilitan y la sociedad pierde su fuerza para integrar y regular adecuadamente a los individuos, generando fenómenos sociales que hacen inestables las relaciones del grupo, impidiendo su integración”, a eso lo llama anomia. Por eso ante el contexto actual necesitamos de más concordia (no la ciudad, sino del término que se emplea como sinónimo de calma, paz y equilibrio) y paz social fundamentalmente.

Para contrarrestar esa especie de anomia en la que nos encontramos inmersos, se requiere de gestos de grandeza por parte de quienes pretendan ser conductores de un pueblo en movimiento, que den cuenta de cierta capacidad intelectual para saber que a la hora de conducir o aspirar a ello es necesario allanarse a la humildad de las propias acciones, no sólo de las palabras. Dice Perón que “no hay recetas para conducir pueblos, no hay libros que aconsejen cuáles son los procedimientos para conducirlos. Los pueblos se conducen vívidamente y los movimientos políticos se manejan conforme al momento, al lugar y a la capacidad de quienes ponen la acción para manejarlos”.

Adicción al poder, uno de los problemas

David Owen en su libro “En el poder y en la enfermedad”, da cuenta de un síndrome conocido como “Hubris”. Según entiende, éste es “un trastorno que se caracteriza por generar un ego desmedido, un enfoque personal exagerado, aparición de excentricidades y desprecio hacia las opiniones de los demás. Con una clara propensión narcisista a ver el mundo como un escenario donde ejercitar el poder y buscar la gloria, con una tendencia a realizar acciones para autoglorificarse y ensalzar y mejorar la propia imagen, lo que lleva a una preocupación desmedida por la imagen y la presentación”.

Según Owen, este complejo que afecta a algunas personas con vocación política, que se aferran con uñas y dientes al poder o a su afanosa búsqueda, se presenta en una primera fase de megalomanía y suele concluir en una paranoia. Quienes tienen este complejo, dejan de escuchar, se vuelven imprudentes, piensan que solo sus ideas son acertadas, no reconocen sus errores y se rodean de unos colaboradores genuflexos, que siempre aplauden sus decisiones. En el fondo de estas personas se encuentra una personalidad rígida, con un mundo interior sobredimensionado y una afectividad distorsionada. Cuando una persona no admite otra opinión diferente a la propia, se vuelve imprudente y toma decisiones personalistas que se alejan de la realidad, y aunque al final se demuestre que la decisión fue errónea, nunca reconocen la equivocación y ahí se inicia la fase paranoide en la que aparece una desconfianza enfermiza, en la cual se ven rodeados de enemigos, concluye Owen.

Por eso es necesario que la adicción al poder se termine como un problema y que se presente en sociedad como algo necesario (el poder) para la transformación social y por el bien de todos. Entendamos que el sano ejercicio de la política, como arte en sí mismo, es la única herramienta de transformación válida.

Laberinto

Si empezamos por aceptar a los demás con sus diferencias y con la mayor responsabilidad posible, pero siempre haciéndolo con actitudes de respeto, pensando en ser más fraternales, podremos fortalecer nuestra vida en democracia, la que este año arriba a sus primeros 40 años ininterrumpidos. El mal acostumbramiento al conflicto debe ser rechazado de plano por ser algo que claramente está agobiando y cansando al conjunto, esto genera heridas sociales que perduran en el tiempo, haciéndonos vivir en un loco estadio cíclico de crisis de representatividad, convertido en un constante presente que se parece a un “Déjà vu” (término francés que significa “ya visto”).

El laberinto social en el que nos encontramos pareciera no tener salida así planteado. Como un problema real que se presenta a la vista de todos entre la conjunción de la anomia y el “hubris”, la salida de este laberinto la encontramos todos juntos al final del recorrido o bien saliendo hacía arriba como solución pragmática. De una buena vez tenemos que dejar de seguir recorriendo oscuros caminos que nos aíslan y enfrentan por el temor que eso genera, dudando incluso de todos, paralizando las aspiraciones de un mañana esperanzador con estímulos que permitan pensar un futuro sin grietas.

Vayamos entre todos por el sentido social y humano de construcción de comunidad. Ya sea dialogando o discutiendo, pero con respeto (discutir también implica dialogar y la ausencia de diálogo nos hace más frágiles, nos detiene y paraliza, excluye y anula lo diverso, no lo integra). Avancemos con la responsabilidad y ejemplaridad que se requiere de la dirigencia, por un lado, como así también del compromiso de todos quienes integran la sociedad en su conjunto, para poder construir una nueva esperanza en la que creer y trabajar como comunidad, porque los laberintos pueden ser entretenidos al principio, pero cuando no se le encuentran la salida, cansan.

(*) Secretario de Gobierno de la Municipalidad de Concepción del Uruguay desde el 2019. Presidente de Bloque Concejales del PJ 2017-2019. Presidente Comisión Hacienda y Presupuesto 2015-2019. Decano del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe 2003-2004.