Los cruces públicos en el oficialismo nacional dejan en segundo plano la celeridad de distintas definiciones económicas urgentes, más en un contexto donde preocupan los números oficiales que se conocerán sobre la inflación de marzo. Remarcaciones, reacción tardía oficial y el juego de Cambiemos.
Por Mariano Osuna
Pasó una nueva semana de gestos y posturas de microclima al interior del Frente de Todos, atravesado especialmente por la crisis inflacionaria del primer trimestre del año, más aún a días de conocerse las cifras oficiales de marzo, donde analistas y fuentes propias y ajenas, marcan un número más elevado de lo esperado. El Gobierno renovó por estos días los programas Precios Cuidados y Cortes Cuidados, que abarcan 1300 productos de consumo popular y 7 cortes de carne a un valor menor, además de la concreción de distintos convenios con comercios de proximidad o cercanía y de la confección de una canasta limitada de frutas, verduras y hortalizas. Una semana previa, el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, definió el retroceso de los precios de 1.700 productos, algunos de los cuales habían incrementado su valor en un 14% durante el mes anterior. Un 30% no hicieron caso al planteo oficial y decidieron seguir con una remarcación exagerada, que terminó siendo la gota mayor que rebasó el vaso de la paciencia gubernamental y que también dejó una frustración significativa que se traduce en malhumor social.
En esa línea, en simultáneo con la renovación de los programas existentes y la creación de una lista de 60 artículos para comercios de proximidad, Feletti dispuso, mediante la Resolución 322/2022, una multa por 150 millones a Molinos Cañuelas y a la Federación Argentina de la Industria Molinera, y por 93 millones para la Cámara de Industriales Molineros. Toda una serie de acciones que aparentan hacerse en soledad, casi de manera aislada, sin la misma rigurosidad y vehemencia por parte del Ministerio de Economía. Esos desajustes, producto de la incertidumbre en la conducción política de la coalición gobernante, se vieron reflejadas sin eufemismos cuando Feletti pidió, en una entrevista radial, que dicho Ministerio baje “líneas claras de política económica que reduzcan la volatilidad y preserven ingresos populares”. Está claro que una pata del Gobierno, más alineada con Cristina Fernández de Kirchner, no sólo cuestiona el rol meramente instrumental del ministro Martín Guzmán en la negociación con el Fondo Monetario Internacional, por el crédito otorgado en 2018 a la administración de Cambiemos, sino que también le achaca la poca decisión política y la falta de iniciativa para combatir el constante y ahogante incremento de los precios, especialmente los que atañen a productos básicos y habituales en las mesas argentinas. Esas propias vacilaciones al interior del Frente de Todos sobre la forma, y a veces el fondo, de uno de los temas estructurales en la historia argentina, como la inflación, que tuvo además en los últimos años, especialmente desde 2017, resultados permanentes y angustiantes para la vida cotidiana de la sociedad, terminan complejizando mucho más el escenario.
Cuando el oficialismo ganó las elecciones y asumió el poder en 2019, sabía las diferencias, desde las más obvias a las menos tangibles, entre las distintas patas del Frente, compuesto por el kirchnerismo, por el interrogante de Alberto Fernández, por el Frente Renovador, por los gobernadores y el peronismo más tradicional, por los movimientos sociales, por los sindicatos y por partidos minoritarios que previamente a 2015 fueron oposición de los gobiernos conducidos por la hoy Vicepresidenta. No pudo prever la pandemia como tampoco las consecuencias de una geopolítica que va mutando muy rápido, pero sí tuvo el diagnóstico inicial, endeudamiento feroz mediante, y también una plataforma política para remediarlo, que se convirtió en el contrato electoral que devolvió al peronismo y sus aliados al poder. Con la centralidad en la salud y los efectos nocivos en la trama social, productiva y humana de la pandemia mundial, los ojos y los discursos nunca se posaron en la discusión política de fondo sobre el pago al FMI. Un debate que no se simplifica en default si y default no, sino que atraviesa la construcción de condiciones macroeconómicas y de correlaciones de fuerzas para llegar a una negociación técnica con algunos ejes irrenunciables, como la responsabilidad absoluta del organismo financiero internacional y del gobierno de Mauricio Macri de la toma irresponsable de un crédito bastante flojo de papeles, incluso para los estatutos del propio Fondo. La poca atención dada a esas definiciones políticas indispensables en los primeros meses de asunción del gobierno de Fernández terminó desgastando el capital político, al extremo de finalizar con una negociación técnica que justifica el mayor crédito en la historia del FMI y, por supuesto, también de nuestro país.
Ese ruido interno, entre la falta de contenido político y el rol cuasi instrumental del Ministerio de Economía, terminó poniendo en la centralidad el debate entre las partes del oficialismo. Las diferencias, que siempre estuvieron, salieron al prime time de la televisión porteña y a la portada de los diarios matutinos, desplazando la agenda inicial y sus promesas prometidas. Ese fuego amigo no terminó en Feletti y Guzmán, sino que siguió vivo entre regalos de libros, imposturas legislativas, acampe de organizaciones sociales y declaraciones del diputado nacional Máximo Kirchner.
En pocos días se conocerá el número oficial de inflación de marzo, como también del apartado referido a comida y bebidas, que dejará valores más preocupantes de los ya experimentados en el mes de febrero. Las buenas intenciones de la Secretaría de Comercio Interior deben ir acompañadas por la decisión política de todo el gobierno nacional, o al menos de los ministerios de Economía, Producción y Agricultura, además de la mesa chica del Presidente. Parece obvio, porque se trata del ABC de la política, pero en Argentina hasta lo evidente no se puede dar por supuesto. Mientras siga el círculo vicioso de la destrucción interna, donde vale más lo que se diga en público o en las redes sociales que dirimir las posiciones diferentes que siempre son necesarias, se demora más la claridad de una conducción política que todavía tiene más de un año de gestión por delante, además de una elección presidencial donde hasta Macri sueña con volver por los propios errores no forzados del Gobierno.
Los números de la macroeconomía marcan una recuperación interesante, con una reparación en muchos rubros a niveles pre-pandemia, pese a un contexto internacional conflictivo, donde hay una ola inflacionaria que azota al mundo. No obstante, para que eso sea evidente y materializable en los ingresos de las argentinas y los argentinos, requiere de diferentes medidas que abarquen las urgencias, pero también los desafíos más estructurales. El análisis y abordaje de las importaciones y las exportaciones, el escenario de oligopolios y monopolios en las cadenas productivas, la situación de intermediarios en los eslabones comerciales, la necesidad de federalizar la comercialización con el ojo puesto en el agregado de valor de las economías regionales, el escenario del transporte, la creación de mercados centrales por regiones en las distintas provincias del país, y el control y la fiscalización de las remarcaciones de los precios, son algunos de los ejes prioritarios que debe accionar la coalición gobernante. Por ahora solo aparece relativamente ocupado en el último punto, es que los demás requieren la afectación contundente de intereses y una definición política clara que hoy no existe. Como advirtió el ex viceministro de Economía, Emanuel Álvarez Agis, no hay posibilidad de reducción de la inflación, de shock de ingresos y de certidumbre macroeconómica, si el Gobierno no abandona los cruces públicos y empieza a instalar su agenda en estos temas, de manera orgánica y con conducción política. Eso no implica, como en cualquier frente, como también ocurre en la oposición, que no haya diferencias, sino que significa que eso no puede obstaculizar el devenir de un Gobierno, dejando por momentos en segundo plano los ejes prioritarios que componen el capital político y el contrato electoral asumido. Salir de esa encerrona, es el principal desafío del binomio Fernández.
La oposición también tiene sus diferencias y tampoco son sutiles, aunque es mucho más entendible esa desprolijidad cuando hay varios caciques y la mayoría sin responsabilidades ejecutivas. Ser opositor te permite una mayor flexibilidad para opinar, decir y disentir, casi como un librepensador, como en esos momentos previos de un juego de ajedrez, cuando uno decide cuál es la mejor apertura, si la Española, la Sicialiana, la Italiana, la Vienesa, la Defensa India, la Catalana, la reti o la Defensa Benoni. Horacio Rodríguez Larreta, el candidato natural de la alianza de Juntos por el Cambio, choca con las aspiraciones del ex presidente Mauricio Macri de un segundo tiempo, con las intenciones de la ex ministra de Seguridad y presidenta del PRO, Patricia Bullrich, con la búsqueda de resurrección de la Unión Cívica Radical en las principales ligas, con el ya lanzado gobernador de Jujuy y presidente del partido Centenario, Gerardo Morales, que también siembra como otros dirigentes de la UCR, como Facundo Manes y el díscolo peronista Emilio Monzó, una especie de tercera vía que conquiste al gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, a los retazos del socialismo santafesino, al ex mandatario salteño, Juan Urtubey, y a los dirigentes del justicialismo disidente de Graciela Camaño, Roberto Lavagna y Florencio Randazzo.
Esa supuesta tercera vía, que ya tuvo intentos fallidos en el pasado, tiene propósitos con fines electorales, pero también ensayos legislativos, ya que la situación del Congreso nacional también complica el escenario actual, especialmente en la Cámara de Diputados donde ambas coaliciones se encuentran lejos del quórum propio.
A la espera del anuncio oficial sobre la inflación de marzo, la pelota sigue del lado del oficialismo, en el terreno de las decisiones políticas impostergables, que reconstruya el capital político cedido en vidrieras innecesarias, y que tenga como objetivo esencial la situación productiva, económica, fiscal y tributaria del país como la recuperación de un poder adquisitivo que no logra avances ni certidumbres. Si el horizonte es el 2023, la brújula está puesta en las transformaciones de las configuraciones de lo social de este año, porque sin mejora en los bolsillos no hay competitividad electoral posible.

las intenciones Patricia Bullrich.
