Por Gerardo R. Iglesias
El Juanca le mandaba tiza al taco. La pifiada de recién le había dejado el 25 servido al Cacho, que se cagó de risa y lo gastó, sabedor que ya el partido era suyo. El paño de la mesa de billar había perdido el verde entre tanto casín y carambolas, entre tantas exhibiciones de Navarrita. “Te acordas Juanca, cuando Navarra paró la roja en la baranda de la cancha de bochas y la amarilla dentro en la cancha. Y desde acá hizo carambola. Un capo Navarra”. Nadie le respondió al Cacho. Ni Juanca ni los puntos que miraban sin saber y sin importarles cómo iban.
El paño también mostraba las manchas del alcohol derramado, del vaso de Marcela que se apoyó al descuido y terminó en lagunita sobre la baranda, con la goma reventada de los bochazos fuertes, esos de calentura por la “vendida” anterior. Lo único que se mantenía original de la mesa eran esos rombitos amarillos, como de marfil pero que no deben ser de marfil, que recorrían la baranda de toda la mesa cada medio metro, más o menos.
El Juanca había llegado hacía un rato de la Pelo Largo, enojado tras la magra recorrida del espinel que había tirado, “estratégicamente” como había dicho. Nada, Un par de bagres, un moncholito perdido y nada más. De pesca, nada. Pero. Ese pero lo frenó al Cacho que ya lo iba a gastar otra vez. Cuando encaraba la vuelta con “el villita a fondo, veo una cabecita marrón cuando tenía las torres ya enfrente. Ja. Cagaste le grité. Y me acordé de los porteños esos que andan jediendo con el carpinchaje….Nunca vieron uno?”
Juanca siguió contado “El bicho ya iba boqueando, porque el viento había puesto el agua como el papel ese (celofán dijo el Cacho) cuando lo sacudís de un lado. Yo lo fui carpeteando porque sabía que no llegaba. Es raro que haya calculado mal. Lo rodeé y cuando se perdía para abajo lo bicherié. Casi me da vuelta, pero me afirmé, alcance a atarle las patas y me fui arrimando a la costa. El Villita bufaba bolu. El bicho era demasiau peso pa´ llevarlo tirando. Cuando llegué a la orilla el bicho ya no respiraba. Lo cargué como pude y me vine, manso, bordeando siempre, por las dudas. Viste?”. “Dale Cacho, te toca a vos”. Cacho sacudió la talquera que, como siempre, tenía nada…y le entró con clase, para que la bola amarilla pase por el medio, despacito y el palito rojo caiga solo. Se terminó el partido.
En la cantina, el mostrador lustroso y limpio aguantaba la última ronda de los de siempre. La radio, con los tangos de don René en la LT 11, se imponía sobre la tele apagada. Las nueve y media siempre era una hora recomendable para volver a las casas. Y el Juanca, hoy, volvía más contento. Sin pescados. Pero sabía que al mediodía que se venía tenía milanesas de carpincho, que la Ñata adobaba como los dioses.
“Ja, que saben esos porteños de bichos” se fue pensando mientras le entró por la Perón para el sur. Como siempre.