12.6 C
Concepción del Uruguay
miércoles, mayo 21, 2025

El golpe, el terror y sus marcas en la literatura

Por Gabriel Sánchez Sorondo y Felipe Deslarmes

Si Rodolfo Walsh fundó la no ficción americana con su Operación Masacre (previa, según se ha dicho hasta el cansancio, al A sangre fría de Truman Capote), quizás la impronta de Oesterheld y su Eternauta configura inversamente, veinte años después, la primera metáfora montada sobre la usurpación del poder y el genocidio de Estado. Pero a diferencia de los fusiladores del ‘56, los golpistas que atacaron dos décadas más tarde irradiaron –por la metodología y dimensión de su alcance– algo que a primera percepción resuena sobrenatural, empezando por la categoría imposible del “desaparecido”. Encarnaban, en definitiva, el terror de lo no humano, cuyos límites, en consecuencia, superaron lo imaginable. “Irradiación” fue la palabra que utilizó el dramaturgo y psiquiatra Eduardo “Tato” Pavlovsky en su obra “El señor Galíndez” donde anticipaba los alcances del horror con premonición quirúrgica. Lo premonitorio se debe a que la obra fue puesta en escena en 1972, cuatro años antes del último golpe de Estado.Aquella misma densidad siniestra que Oesterheld puso en viñetas llegó también a la ficción escrita y fue pulso de relatos de cientos de autores argentinos y extranjeros. De entre esa profusa producción elegimos algunos títulos donde el vínculo entre el terror y lo fantástico despliega un abordaje infrecuente.Aunque todos los relatos de Elsa Drucaroff en su último libro –Checkpoint– están atravesados por un ocultamiento propio de los setenta es el último cuento del volumen el que impacta con escalofriante precisión simbólica.“Pájaros contra el vidrio” título que, por su extensión y consistencia, casi podría consignarse como nouvelle, es el cuento más largo de Chekpoint y el que cierra el volumen.
En Pájaros contra el vidrio los protagonistas comparten, además de un origen ligado al secuestro y asesinato de sus padres biológicos, una devoción sexual que a su vez los remite a la muerte. ¿Hay un lazo que une estas dos dimensiones del deseo y el espanto?
Elsa Drucaroff: En un sentido general, casi más como crítica que como escritora, diría, por un lado, que lo que quedó como horror indeleble de esa memoria está profundamente ligado al cuerpo: la desaparición de cuerpos vivos, la tortura, las violaciones sobre todo a las mujeres, la desaparición de cuerpos muertos, ese fue el modus operandi, el plan de acción sistemático.
Por eso en la literatura que retoma este momento atroz de nuestra historia muchas veces aparece este cruce deseo-espanto. A mí me dio miedo mientras escribía, creo que, si no te creés lo que escribís, no podés transmitir el miedo.
¿Cómo relacionarías esa clase de vínculo con la dictadura perpetrada en Argentina entre 1976 y 1983?
E.D: La dictadura fue un proceso histórico y humano, no sobrenatural, analizable y explicable. También es históricamente analizable la decisión del Estado terrorista de exterminar a la militancia con un modus operandi ilegal y de crueldad sin límite.
Pero el trauma que esto generó en nuestra sociedad perdura hasta hoy como algo siniestro, con un componente de terror incomprensible.
¿Qué te despierta este aniversario en lo personal y como escritora?
E.D: Yo tenía 18 años cuando llegó el golpe de Estado y siempre digo que vino a interrumpir mi juventud. No la biológica, desde luego, pero sí cortó, puso punto final, a una Argentina en la que yo me había hecho adolescente, en la que había lugar para el entusiasmo, la esperanza, la seguridad de que mi generación iba a construir algo distinto y mejor.
Fue como entrar a un freezer en donde la juventud siguió, pero con las luces apagadas.Suelo pensar el 24 de marzo de 1976 como la fecha síntesis de una derrota, una derrota tremenda y aplastante que no fue sólo la de las organizaciones armadas o de algunos partidos de izquierda: fue la derrota de la voluntad de cambiar nuestra sociedad.
Más allá de lo que cada uno piense sobre cómo se intentó este cambio, más allá incluso de lo que cada uno evalúe sobre si ese cambio era conveniente, esa voluntad existía y no reapareció tal vez hasta diciembre de 2001 y la irrupción de la esperanza kirchnerista, hoy bastante en crisis.

--