El género y el máximo nivel educativo en el mercado de trabajo

Por Claribel Miranda (*)

La relación entre género, educación y mercado de trabajo en la Argentina, ha sido estudiada por organizaciones nacionales e internacionales como el Foro Económico Mundial, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, el Ministerio de Trabajo y el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec). También por investigadores y académicos que, utilizando estadísticas primarias recabadas por organizaciones nacionales e internacionales, han realizado análisis, establecido hallazgos y diseñado planes, políticas y propuestas con base en los resultados obtenidos.
Dentro de los estudios más recientes, se encuentra el realizado por Claudia Giacometti, consultora de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Su investigación demuestra que en términos de acceso al mercado de trabajo y de generación de ingresos, existe una brecha en el mercado de trabajo en Argentina a favor del género masculino. Brecha que no se lograba explicar con el análisis del máximo nivel educativo alcanzado ya que, en términos educativos, las mujeres se encontraban en una situación más ventajosa. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó una investigación llamada “Trabajo decente y equidad de género en América Latina”, que afirma que en la economía argentina existen una serie de mecanismos de discriminación hacia las mujeres basado en la falta de igualdad de oportunidades de acceso al empleo, a la capacitación y a puestos de mayor responsabilidad y jerarquía. Así como a brechas salariales injustificadas, que son significativamente más altas en los niveles superiores de educación que en los niveles inferiores. A su vez afirma que esta discriminación se esconde en algunos “mitos” como por ejemplo, aquel que afirma que los costos monetarios asociados a la contratación de mujeres en edad fértil aumentan por su condición de potencial gestante y principal responsable del cuidado infantil. Mito que no concuerda con los estudios estadísticos realizados por la OIT, donde está claramente establecido que los costes relacionados a la maternidad y al cuidado infantil no son financiados por el empleador, sino por el sistema de seguridad social argentino. Por su parte, en el año 2010 por Ana Miranda publica el texto “Educación secundaria, desigualdad y género en Argentina” donde realiza un análisis estadístico de varios indicadores relacionados con el acceso al diploma secundario en Argentina y su correlación con el acceso al mercado de trabajo desagregado por género, desde el año 1901 hasta el año 2006, utilizando como base la Encuestas Permanente de Hogares (EPH) del Indec. Los resultados indican que si bien en términos de acceso al diploma secundario, las mujeres lograron igualar y superar a los varones durante el siglo XX, en términos de acceso y desarrollo en el mercado de trabajo, los varones continuaban manteniendo una posición ventajosa, consecuencia de un conjunto de relaciones sociales, culturales y de género que reproducen viejas estructuras sociales, donde las mujeres, (especialmente aquellas de bajos recursos) están en situación de desventaja respecto a los varones.

Mujeres con niveles educativos bajos
La participación de la mujer en el mercado de trabajo es considerablemente inferior a la de los varones en todos los niveles educativos, pero especialmente en los niveles que van desde, “Sin Instrucción” hasta el nivel “Secundaria Incompleta” (Indec 2010-2014). Más de la mitad de las mujeres que acreditan estos niveles académicos se encuentran en condición de inactividad laboral, es decir, ni trabajan ni buscan trabajo, hecho que se atribuye a que las pocas alternativas que podrían conseguir con el nivel de formación que poseen, les ofrecen remuneraciones muy bajas, con las cuales no es viable contratar servicios de asistencia para las tareas del hogar. Solo las mujeres con niveles de ingresos altos y medios puedan insertarse y mantenerse en el mercado laboral al percibir una remuneración a través de la cual pueden sustentar la contratación de servicios domésticos. Mientras que aquellas que no perciben ingresos suficientes para sustentar servicios de cuidado infantil, deban insertarse en empleos parciales.Una de las características fundamentales de este tipo de empleos es que son en su mayoría de carácter no calificado, especialmente el servicio doméstico, una actividad a la que se dedican casi la mitad de las mujeres con niveles educativos bajos, en un rubro donde el 95% del total de trabajadores son mujeres. (Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 2018).La mayoría de las mujeres que poseen los niveles educativos más bajos suelen realizar trabajo doméstico en algún momento de sus vidas y además suelen comenzar a hacerlo a edades muy tempranas. Cuando desean cambiar de rubro, el trabajo doméstico es el único oficio en el cual puedan acreditar formación y experiencia previa, viéndose forzadas a continuar su trayectoria laboral en esta actividad o en alguna otra relacionada, como la limpieza, la gastronomía, el cuidado infantil y el cuidado de personas mayores. (OIT, 2019).En resumen, las mujeres con niveles educativos inferiores al secundario completo, tienen pocas probabilidades de insertarse al mercado de trabajo. Cuando lo hacen tienen más dificultades para conseguir empleo que los varones con el mismo nivel educativo. Y cuando lo consiguen suelen desarrollarse en tareas no calificadas, a dedicación parcial, precarizadas y con baja remuneración.

Mujeres en los niveles educativos altos
Las mujeres que acreditan niveles educativos desde “Secundaria Completa” hasta “Superior Universitaria Completa” siguen teniendo tasas de inserción laboral inferiores a las de sus compañeros varones con el mismo nivel educativo, aunque también considerablemente más altas que las de las mujeres con niveles educativos bajos. Aquellas que se encuentran activas tienen una mayor tendencia a encontrarse desocupadas o sub ocupadas, tanto porque no buscan más horas de trabajo, como porque las buscan y no las consiguen. Las que se encuentran ocupadas, tienen una mayor tenencia a ocupar puestos de subordinación en el proceso productivo, trabajando como empleadas u obreras, teniendo una participación inexiste en la categoría ocupacional “patrón” y una participación altamente diferenciada respecto a los varones, en la categoría ocupacional “cuenta propista”. Una de las razones por las que las mujeres altamente calificadas tienen una representación tan baja en la dirección de los procesos productivos, es por la existencia de un fenómeno llamado “techo de cristal”. Refiere a una serie de prácticas organizacionales invisibles a las que se ven expuestas las mujeres altamente calificadas que les impide alcanzar los niveles jerárquicos más altos, independientemente de su capacitación, méritos y experiencia. Y por estar sujetas a prejuicios y estereotipos de género que promueven a la mujer como una fuerza de trabajo con menos ambición, menos capacidad de liderazgo y menos sentido de la competencia que la fuerza de trabajo masculina. Estos prejuicios y estereotipos bloquean o limitan las posibilidades de las mujeres de alcanzar puestos de alta jerarquía a pesar de que no existen normas ni reglas que les impongan una limitación específica para hacerlo. El “techo de cristal” es invisible a nivel jurídico, pero claramente visible a nivel estadístico.
Una investigación realizada en el año 2004 evidenció que un importante número de empresarios entrevistados consideraron, a priori y sin tener evidencias concretas del hecho, que las mujeres tienen menos ambiciones y expectativas profesionales que los varones y que están dispuestas a ganar menos. Lo demostraría el hecho de que no es habitual que negocien las ofertas salariales y que se conformen con las primeras ofertas que se les presenten. Varios de los empresarios consultados expresaron que las mujeres tienen más limitaciones para hacer horas-extras, viajar, capacitarse y trabajar en horarios nocturnos, así como, para estar disponible ante cualquier eventualidad fuera del horario. Un alto ejecutivo de una empresa de telecomunicaciones afirmó que, “ante cualquier eventualidad hay que encontrar a la persona con un beeper. Eso implica que no puede estar amamantando cuando la llamen porque se cayó una planta”. Todas estas ideas y percepciones empresariales y sindicales sobre el trabajo femenino, no coinciden con los datos otorgados por el estudio de algunas profesiones y oficios donde las mujeres se encuentran ampliamente sobre representadas, como la enfermería y la tripulación de cabina de pasajeros, donde millones de mujeres realizan turnos nocturnos, viajan largas horas y trabajan en diferentes países, aun teniendo cargas familiares. En resumen, las mujeres con niveles educativos altos tienen mejores oportunidades de insertarse y mantenerse en el mercado de trabajo argentino que las mujeres con niveles educativos bajos. No obstante, siguen en situación de desventaja respecto a sus pares masculinos con el mismo nivel de educación.

Nivel educativo o género ¿qué influye más?
Un nivel educativo alto, constituye una ventaja más sólida para posicionarse en el mercado laboral que el género, ya que las mujeres con niveles educativos altos acceden a mejores posiciones laborales que los varones con niveles educativos bajos en todos los indicadores analizados. Si se asume la premisa de que el nivel educativo es una variable que está atravesada a su vez por el nivel de ingresos, el estrato socioeconómico y la familia de origen, se podría concluir que, si bien en Argentina el género constituye una fuente de desigualdad, la clase social y el origen socioeconómico constituyen una fuente aún mayor. Esto confirma el hecho de que las divergencias encontradas entre el comportamiento de las personas en el mercado de trabajo según su género y máximo nivel educativo alcanzado, no corresponden con fenómenos biológicos ni naturales, sino con hechos sociales e históricos que han consolidado la posición de privilegio de ciertos grupos de trabajadores y la posición de desventaja de otros. Es decir, son desigualdades y no diferencias. Ante este panorama es necesario que el Estado y Sociedad se organicen para apoyar y multiplicar iniciativas sociales que se dediquen a combatir las desigualdades existentes en el mercado de trabajo y a trabajar por un mercado que le ofrezca oportunidades a todas las personas, independientemente de su género y nivel educativo. Para hacerlo, es necesario generar políticas públicas estratégicas enfocadas en disminuir las desventajas de cada segmento de la población, partiendo de la premisa de que el trabajo es la herramienta de movilidad y cambio social más importante de las sociedades modernas. En el caso de las mujeres con niveles educativos bajos, es necesario que el Estado se asegure de universalizar el acceso diario y gratuito a los servicios de cuidado de niños, personas mayores y personas con discapacidad, para que tengan la posibilidad de aumentar su participación en el mercado de trabajo y/o de continuar su trayectoria académica. Por su parte, para lograr un desempeño más equitativo entre varones y mujeres con niveles educativos altos, es necesario en primer lugar realizar acciones tendientes a deconstruir los mitos, prejuicios y estereotipos, de tal manera que ambos géneros puedan formase académicamente e insertarse en puestos de trabajo acorde a sus intereses, talentos individuales, y no en áreas relacionadas con roles sociales históricamente asignados a cada género. Es necesario promover acciones encaminadas a que las mujeres, a quienes se les dificulta acceder a los puestos de mayor jerarquía en empresas y organizaciones, puedan lograr un equilibrio en sus condiciones de trabajo que reduzca las desigualdades heredadas y corrija los sesgos psicológicos y sociales que no permiten que ese equilibrio se logre naturalmente. Finalmente, es necesario que el Estado y la Sociedad se organicen participen y acompañen estas iniciativas. Para hacerlo, se debe financiar y promover la producción y socialización de estudios que monitoreen la evolución de la relación entre género, educación y trabajo, analizando a lo largo del tiempo los cambios, las continuidades, los aspectos en los que se avanza, en los que se retrocede y los ajustes que se deben hacer para construir un mercado de trabajo más justo. A su vez, se deben hacer esfuerzos por construir formas alternativas de cultura laboral al interior de cada organización que contribuyan a la construcción de un ambiente igualitario donde todas las personas tengan las mismas oportunidades de desarrollarse laboralmente con base en sus habilidades y méritos personales.

(*) “Influencia del género y el máximo nivel educativo alcanzado en el comportamiento del mercado de trabajo argentino, a partir del análisis de datos provistos por INDEC (2010-2014)” (Flacso, 2021)