Javier Milei es “hijo” del caos y, paradójicamente, en muy pocos meses, ha pasado a ser el ‘padre’ del nuevo orden de la política argentina.
¿Cómo lo ha logrado? De una manera muy sencilla: ha puesto de acuerdo a una gran mayoría en su contra. A día de hoy, el “antimileísmo” emerge como la principal identidad política en el país.
Este es el nuevo eje ordenador: casi todos en contra de Milei, tanto por su estilo como por sus decisiones.
Por un lado, están las formas del presidente, que agotan y cansan. Los insultos molestan. Las excusas aburren. Sus cálculos no son creíbles. Y la consecuencia es inmediata: se le hunde el rating, se le cae la confianza, baja su imagen positiva.
La comunicación actual de Milei es más propia de un panelista-opositor en campaña que la del máximo mandatario de un país que tiene la responsabilidad de resolver problemas cotidianos. La comunicación que le resultó útil para llegar hasta aquí será la misma comunicación que lo va a sacar de aquí. Es decir, estas formas disruptivas no sirven para esta nueva etapa, salvo que tengas buena gestión y acertadas decisiones. Hoy en día, por su nueva función, su rol esperado es otro. Su manual de distracción ya no distrae. La ciudadanía argentina quiere soluciones cuanto antes y menos chamullo.
Por otro lado, está el fondo de lo que dice y hace. Y en este plano, el de las contenidos y propuestas, no sintoniza con la gran mayoría. Ni los recortes sobre los jubilados, ni el ataque contra la universidad pública, ni el cierre de hospitales. Ninguna de estas propuestas, por citar los tres ejemplos más recientes, se corresponde con el sentido común del pueblo argentino. Ni siquiera son avaladas por una buena porción de sus electores de la segunda vuelta, que no le votaron para esto.
Milei se va quedando solo porque ha decidido abandonar a todos, salvo a unos pocos; y también ha decidido darle la espalda a un corpus ideológico consensuado en el país. Milei opta, definitivamente, por abrazarse a su minoría intensa antes de llegar a su primer año como presidente.
Punto de inflexión
Este fenómeno se observa en cualquier encuesta y en cualquier focus group. Y, además, se percibe en la fragmentada clase política argentina. Cada día es más habitual encontrar posturas comunes en un arco opositor altamente heterogéneo que se junta únicamente a través de un cordón umbilical: estar en desacuerdo con lo que hace Milei. Por ello, nos podemos topar en una marcha de manera sorpresiva a la izquierda tradicional, algún sector del PRO, radicales, peronistas K, peronistas no K, organizaciones sociales que llevaban tiempo sin hablarse, y mucha ciudadanía espontánea que votó a unos y a otros.
Todos juntos por estar en contra de alguna medida tomada por Milei. El Frente Antimilei crece y se consolida.
El actual Gobierno está atravesando su propio punto de inflexión. Creyeron, equivocadamente, que tenían apoyo político para siempre. Se confundieron. Lo que verdaderamente tenían era un respaldo electoral momentáneo en medio de un gran estado de desorden y confusión, unido a una fuerte crisis de representatividad. Algo parecido le pasó a Macri en su Gobierno. Se sobrevaloró a sí mismo mucho más de lo que realmente valía. Y así le fue.
Como en la película “Birdman”, Milei sigue atrapado en su propio personaje. Continúa siendo aquel panelista forofo y gritón, capaz de decir cualquier cosa, sin más responsabilidad que la de criticar a diestra y siniestra, y sin necesidad de demostrar nada. Esta tarea se le daba bien.
Pero no todo buen candidato es un buen presidente. Aún menos si persiste en su condición de candidato.
En definitiva, cualquier persona que quiera constantemente bailar justo en el medio de la pista, se arriesga a que le pueda salir bien o mal. Lo seguro es que no pasa desapercibida. Estar en la centralidad de la agenda exige mucho. Exige hacerlo bien ante la mirada de todos. Y lo que va demostrando Milei es que los aplausos están llegando a su fin.