El amor no se puede prohibir

Por Marcelo Sgalia (redacción de LACALLE)

Un puñado de tangueros, nuestros y de ciudades vecinas, saben que están en un día histórico para el tango en Concepción del Uruguay. Esa noche, la del 10 de mayo de 1986, Don Osvaldo Pugliese y su piano, con la orquesta completa y los cantores Abel Córdoba –otro prócer y vocalista de la orquesta del maestro durante 31 años– y Adrián Guida –con apenas 21 y el perfume de Boedo–, ofrecerán en el club Rivadavia el único concierto que dio Pugliese (ayer hubiera cumplido años) en nuestra ciudad. El mismo fue anunciado y promocionado en algunos medios. A sus 80 años, una de las figuras más importantes de este género musical en su historia acariciará las teclas de su piano en el Coloso del Tricolor. Ese puñado de simpatizantes saben que ese día es el primero y muy probablemente el único de Don Osvaldo en La Histórica. Deciden ir al club por la tarde, donde se acostumbraba a probar sonido y el ensayo con los músicos. Para sorpresa de ellos están todos menos Osvaldo y su piano. Ese piano, al que tantas veces le faltó el maestro, perseguido y prohibido por Perón por su compromiso con el comunismo, ideas que defendió y comulgó toda su vida; ese piano que tocó su silencio en miles de conciertos con un pimpollo rojo posando sobre él para no callar la ausencia sin perder la belleza en la protesta… ese piano no está. Porque el piano y Osvaldo son lo mismo a esta altura. Si Pugliese no necesita el ensayo, el piano tampoco. Ese puñado de fanáticos que fue esa tarde a saludar a una de las leyendas del tango en Rivadavia bien pueden contar hoy el significado de Pugliese en esa orquesta. El ensayo no parecía estar a la altura de la noche histórica por delante. Pero ese 10 de mayo de 1986 en la ciudad, en los primeros años de esta democracia que todavía estaba en pañales rumbo a los 40 en forma consecutiva, con la herida bien abierta de Malvinas, con Alfonsín rumbo a su casa en orden y las gambetas del Diego y los goles a los ingleses casi en vestuarios por saltar al Azteca en ese inolvidable mediodía mexicano, iban a guardar un concierto de casi 50 minutos inolvidables. Porque esa orquesta completa, con las voces de Córdoba y Guida, y ahora sí con Pugliese y el piano fueron lo que esos tangueros de alma habían ido a buscar esa tarde. Con el piano y Don Osvaldo la noche se hizo tango en Concepción del Uruguay. Y era claramente otra orquesta de la que había ensayado un rato antes. Faltaba ese amor, que siempre prohiben los que llegan al poder. El piano ya había sufrido la ausencia de esas manos, no era necesario continuar separados. Llegaron juntos y fue histórico para apenas unas 600 personas, pocas para una llegada de Pugliese. Muchas ni siquiera de la ciudad. De Colón y Concordia arribaron varios para ver la magia del maestro, que paseó su destacado repertorio con orquesta completa durante esos 45 a 50 minutos. Concepción del Uruguay fue la previa de un concierto inolvidable en el Teatro Colón, otro homenaje. Esa noche de mayo del 86, fueron teloneros de Pugliese los Yumba 4, con la voz de nuestro querido René Crosignani y su amigo tanguero, el colonense Rubén Follonier. René estuvo antes y después de ese concierto porque la noche siguió con los populares bailes de Rivadavia. “Don Osvaldo no necesitaba mucha presentación, me pidieron que sea corto”, me cuenta René, un testigo del tango con la mirada uruguayense. Pugliese tenía 80 y seguía llenando de magia el país con su piano, su coherencia y su talento. Abel Córdoba, uno de sus cantores, había venido varias veces. Inclusive fue René Crosignani quien lo contactó con uno de los Banchik, que habían estudiado juntos la carrera de Contador. Pugliese nunca dejó de creer en lo que pensaba políticamente. Defendió sus ideales contra varias dictaduras y se bancó la prohibición de Perón. Se quedó siempre en el país, inclusive nunca se fue ni siquiera de su barrio, Villa Crespo, y se bancó para morfar todos los años que no lo dejaron subirse al escenario a laburar, por pensar distinto. Había que ser comunista en Argentina en esos años y Don Osvaldo lo fue. No es casualidad que Abel Córdoba haya cantado 31 años con él. Otro que dicen defendió la amistad y fue fiel a sus amigos y maestros, más allá de su voz. Adrián Guida, el otro que lo acompañó a Osvaldo ese 10 de mayo del ’86, moriría unos ocho años después. No tenía 30 años. Sus trabajos con Córdoba en esa orquesta fueron notables. En Rivadavia tenía apenas 21 años esa noche del 86. Era un purrete de cristal transformado en golondrina de otoño, con el perfume de los goles de San Lorenzo y el aroma de su Boedo natal en su piel.
Aquella noche histórica de Pugliese en Rivadavia no fue la única vez que en su larga carrera, la más extensa de un artista con el tango, lo tuvo cerca de los uruguayenses. Uno de los principales pilares del tango, pianista, compositor y director, actuó en dos ocasiones en el Anfiteatro «Homero Expósito» de Zárate. En la segunda, el 27 de marzo de 1994 (espectáculo que iba a llevarse a cabo el día 19 pero el mal tiempo imperante obligó a posponerlo para la semana siguiente), hubo mucha presencia uruguayense. En aquella noche inolvidable estuvieron integrando la grilla junto al maestro: la Orquesta Municipal de Tango de Concepción del Uruguay, dirigida por el violinista Federico Oberto e integrada por cuatro bandoneones, cuatro violines, un contrabajo y un piano. Haciendo su intervención en los tangos con letras estuvieron los cantores Sergio Fusey y Antonio del Río, y en las glosas el uruguayense René Crosignani. También hicieron su presentación el Ballet Municipal de Zárate, el Cuarteto de guitarras y otros cantantes. Como era habitual la animación estuvo a cargo de Antonio Carrizo, acompañado en aquella ocasión por el locutor local Rubén Silva. Muchos de los tangueros de nuestra comunidad, que tuvieron la oportunidad de estar presentes aún recuerdan con nostalgia aquellos tangos que componían el repertorio, magistralmente ejecutados por Don Osvaldo y su gran orquesta: «Los Mareados», «Las cuarenta», «Quedémonos aquí», «Recuerdo», «Melodía de arrabal», «Igual que una sombra», «A Evaristo Carriego», «La Cachila», y su máxima creación «La Yumba».
Otra costumbre de Pugliese, y en esa noche de Zárate con nuestra orquesta municipal presente, fue, antes de subir al escenario, un partido de truco con quienes se prestaran a la invitación.
Poco más de un año después, Osvaldo murió. Su piano hizo silencio en homenaje a la coherencia del maestro y todos los pimpollos rojos adelantaron su primavera. Mi abuelo, que se llamaba igual, que fue otro maestro de la vida y un abanderado de la coherencia, que caminó también hasta pasados los 80 años con una emocionante dignidad y belleza ante el dolor, que murió con sus amigos de la escuela primaria y mi abuela al lado, que tenía un parecido físicamente con Pugliese que es inexplicable y que además vivió maldiciendo a Perón por cosas como éstas, me enseñó, entre tanto, al tango y a Pugliese desde esa puá que se deslizaba con ternura en el tocadiscos, desde el comedor de un quinto piso del barrio de Flores. Hace un rato entendí que para los Osvaldo el amor no se puede prohibir. Y que si eso pasa hay que resistir como la yumba, sin olvidarse nunca que el amor está siempre en los lugares simples.