En 2014, el reconocido oncólogo estadounidense Ezekiel Emanuel, entonces de 57 años, escribió un ensayo titulado “Por qué espero morir a los 75”. Su argumento se reducía a lo siguiente: no vale la pena vivir tanto tiempo como sea Posible si esos esfuerzos dan como resultado décadas adicionales signadas por las enfermedades y una mala salud. Una década después, ni la opinión de Emanuel ni las estadísticas han cambiado mucho. La esperanza promedio de vida mundial ha aumentado a 73,4 años, mientras que la esperanza de vida saludable se ha quedado atrás con 63,7 años, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El Dr. Emanuel todavía dice que planea suspender la mayor parte de la atención médica que prolongue su vida una vez que cumpla 75 años, aunque está tan saludables como para vivir más tiempo de forma natural. Los expertos llaman a este abismo, “la brecha entre la ‘duración de la vida’ y la ‘duración de la salud’”. Y, cada vez más, se centran en esto último como la medida correcta de longevidad. Sería fantástico vivir hasta los 100 años, siempre y cuando los últimos 30 se vivan de manera saludable y funcional. La Organización de las Naciones Unidas considera que el período 2021-2030 será “la década del envejecimiento saludable”. Estiman que gracias a los avances científicos y a la información médica cada más accesible, el promedio de vida se extenderá en al menos dos años durante la misma década. Mientras tanto, las empresas farmacéuticas y las tecnológicas están vendiendo soluciones dirigidas al consumidor, como pruebas de ADN que arrojan recomendaciones personalizadas sobre cómo comer y hacer ejercicio para prolongar la salud. Algunas trazan caminos prometedores como el desarrollo de medicamentos que eliminen las células dañadas que se acumulan durante el proceso de envejecimiento. Otras buscan maneras de hacer retroceder el reloj del envejecimiento a través de la terapia genética y la restauración de las tapas protectoras en los extremos de las cadenas de ADN, entre otros enfoques. Pero tales tratamientos, al menos al principio, estarían destinados a personas ricas que pueden pagarlos. El sistema de salud debería centrarse en problemas como la hipertensión, la diabetes y la mortalidad materna e infantil, todos los cuales son tratables o prevenibles, y todos los cuales son más prevalentes entre las poblaciones desatendidas que también tienen más probabilidades de morir y desarrollar enfermedades, incluso antes que el promedio