Por Juan Martín Garay (*)
Hay conceptos que comúnmente nos atraviesan en la vorágine diaria de quienes llevamos adelante cierta actividad política y de los que muchas veces no nos damos cuenta están latentes, también hay otros por los que nos podemos llegar a ver claramente interpelados. A menudo nos sucede que convivimos con el dolor, el dolor de quien necesita del “otro”, el dolor de ser reconocido, el dolor de los problemas, el dolor de la ignorancia, el dolor del olvido, ese dolor ajeno que clama por ser atendido o entendido.
La “enfermedad”
El concepto de drapetomanía ha sido descripto por el médico estadounidense Samuel Adolphus Cartwright. Este médico vivió entre los años 1793 y 1863, llegó a ser miembro de la Louisiana Medical Association, nació en Virginia, estudió en Filadelfia y Louisiana y una vez licenciado practicó la medicina en Alabama, Mississippi y Nueva Orleans, todo esto antes de la Guerra de Secesión americana. En un artículo publicado en una revista llamada “De Bow’s Review” de Nueva Orleans, EE.UU. en el año 1851 bajo el título “Enfermedades y peculiaridades de la raza negra”, Cartwright escribió sobre esta curiosa drapetomanía, la que se presenta en sociedad como una “enfermedad” de los esclavos negros -hoy aplicable antropológicamente a cualquier ser humano-. Del griego drapetes (fugitivo) y manía (manía o locura), se manifiesta como un padecimiento mental de quienes tienen la manía de querer escapar de la situación de esclavitud o de quienes ansían la libertad, por caso otra especie de alienación mental.
Cartwright expresa que las causas que la generan están dadas por el trato dado por los amos a sus esclavos: “si se le mantiene en la posición que nos enseñan las Escrituras que deben ocupar, es decir, la posición de sumisión y se les trata de manera amable protegiéndoles del abuso, el esclavo se queda”, por el contrario, si se los maltrata se “despierta” esta “enfermedad” que hace a los esclavos querer escapar de la situación en la que se encuentran. Un remedio para la cura de la “enfermedad” está dada por un castigo infringido, el que debe ser en “su medida justa, pues un castigo acorde hace volver al esclavo a su posición de sumisión”, por el contrario un castigo excesivo fomenta la drapetomanía.
Como abordaje de la cura a este mal proponía el “adecuado consejo médico” para detectar los hábitos problemáticos antes de que desembocaran en la “manía de libertad”: “Si se trata amablemente, bien alimentado y vestido, con combustible suficiente para mantener una pequeña fogata encendida toda la noche, separados por familias, cada familia teniendo su propia casa, no permitiéndoles correr por la noche para visitar a sus vecinos, recibir visitas o usar licores embriagadores, y si no trabajan demasiado ni están expuestos al clima, son más fácilmente controlables que cualquier otra persona en el mundo”.
La realidad
Luciano Andrés Valencia, quien además de licenciado en Historia es psicólogo, entiende que “lo que Cartwright veía como síntomas, hoy podrían considerarse formas simbólicas y cotidianas de resistencia de los oprimidos ante una situación de explotación. Siguiendo a James Scott, cuánto más grande es la desigualdad de poder entre los dominantes y los dominados, y cuanto más arbitrariamente se ejerza el poder, el discurso público de los dominados adquirirá una forma más estereotipada y ritualista ante sus amos”.
Si bien la teoría de la drapetomanía es del siglo XIX, es otro ejemplo de racismo científico justificador. Valencia considera que “el espíritu de Samuel Cartwright permanece vivo hasta la actualidad y existe un deber ético y moral de denunciar estas ideas pseudocientíficas que buscan justificar el racismo, la xenofobia y la explotación. de situaciones de hecho impuestas”. Vemos a diario a quienes no soportan que algunos seres humanos traten de salir de la situación que les vino dada, probablemente el de inferioridad, marcada por un condicionamiento económico y social que excluye y margina.
El otro, los otros
Reconocer “al otro” como sujeto de derecho, como persona, es algo tan simple pero que muchas veces puede escapar hasta en los mínimos ejemplos a quienes tenemos una responsabilidad circunstancial, generalmente por lo consuetudinario de las acciones y hechos, otras tantas por falta de empatía. Todo puede pasar, o no pasar.
Muchas veces las acciones se suelen perder en el largo camino de la burocracia y las necesidades siempre están a una velocidad totalmente distinta de ésta. Como decía el Padre Atilio L. Rosso “la velocidad de los problemas escapa a la posibilidad de las soluciones, por eso muchas veces hay que ir por la tangente”, combinar practicidad con pragmatismo resulta siempre muy necesario.
Para finalizar -sean o no católicos- les dejo una frase de Juan Pablo II que nos debe interpelar, “la privación de lo necesario para vivir humilla al hombre; es un drama ante el cuál la conciencia de quién tiene la posibilidad de intervenir no puede permanecer indiferente”.
(*) Secretario de Gobierno de la Municipalidad de Concepción del Uruguay desde el 2019. Presidente de Bloque Concejales del PJ 2017-2019. Presidente Comisión Hacienda y Presupuesto 2015-2019. Decano del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe 2003-2004.