Por Gerardo R. Iglesias
El maestro entrañable Alejandro Dolina centró su atención mucho antes. El pasado jueves estuvo en nuestra ciudad, abriendo lo que fue la Feria de la Palabra. Desde el Auditorio Scelzi realizó su legendario programa La Venganza será terrible junto con Patricio Barton y el multifacético Gillespie y un trio de jóvenes músicos
Durante dos horas, Dolina, después de quejarse por el poco público presente, arrancó el programa con los consejos de siempre, sobre diferentes formas de aplicar inyecciones y el poder de las cosas rotas, como se arreglan, hasta los corazones. En el momento en que quedó solo “hablaremos de asuntos históricos, que tienen que ver con la gula, con la comida”.
Pero yo voy a recordar otra cosa del maestro. Voy a recordar, a partir de un escrito que integra el libro “Crónicas del Angel Gris”, bello por donde se lo lea, que lleva como título “La decadencia de la bolita”, como era es ese juego que tanto queríamos.
Un par de días atrás, caminando por la Defensa Sur de Concepción, vi unos gurises agachados, en el piso de tierra y arena, justo debajo de donde los caminantes pisan el firme adoquín de la obra.
Los gurises, en semicírculo jugaban a lo que en un primer momento me negué a creer, pero que fue haciéndose realidad a medida que me acercaban. Ahí estaban, con manojos de bolitas en sus manos, intentando embocar el desparejo hoyito, armado a fuerza de dedos, talones y palitos. Eran cuatro. No más de diez años. El quinto esperaba, con cara de aburrido y pelota bajo el brazo, que terminaran para darle a la redonda.
Las bolitas se mesclaban entre nuevas y viejas. Las cachadas, las punteras, esas que nadie quiere perder nunca. Las chinas y las japonesas, más modernas que las de antaño. Y los pibes que seguían, encarnizados, en “quemar” a las del rival, para quedarse con ellas, para aumentar la cantidad que descansaba en sus bolsillos.
Fue un humilde soplo de alegría y nostalgia. En tiempos donde celulares, play y otras yerbas dominan las infancias de nuestros gurises, mientras el cable les da las opciones de canales y canales de dibujitos animados, ver que aún existen las bolitas, fue un alegrón tremendo.
Y recordé. Los bochones, los aceritos que sacábamos de los rulemanes, las lecheras, todas blancas inmaculadas, las mencionadas japonesas. Y las comunes, las que todos desdeñábamos, por feas y porque sólo servían para “pagar” cuando nos quemaban. Y las “punteras”. Esas eran nuestras. No estaban en juego. Las preferidas, las que nos volvían casi invencibles. Y no se negociaban.
Y a jugar, con el hoyito, con la cuarta y quema, con la estrella. O aquello que inventamos con otros canillitas, cuando en la niñez esperábamos los diarios capitalinos hasta la tarde, porque llegaban pasados el mediodía. Armar un cuadrado con monedas adentro y a tratar de sacarlas. Tres tiros por ronda. A veces ganabas y era “pa’ la cocacola”. Perdías y “un diario menos pa’ vender”. Con el tiempo deje de verlas.
El pensador doliniado de Flores, Manuel Mandeb, plantea un interrogante que nos deja perplejos. “… Este juego parece haber empezado a languidecer en 1960. Pero puede afirmarse que en ese momento ya hacía por lo menos cincuenta años que se jugaba. Entonces había veinte millones de habitantes en el país, y no era demasiado audaz afirmar que, en el medio siglo de su auge, el juego de la bolita había sido practicado por diez millones de individuos en uno y otro momento de sus vidas. Ahora bien: cuantas bolitas poseía cada niño aficionado, como promedio? Digamos cincuenta. Multipliquemos: cincuenta por diez millones. Son quinientos millones de bolitas. Bien, volvamos al presente: alguno de ustedes ha visto una bolita en el último año? Seguramente no. Yo pregunto: donde están los quinientos millones de bolitas? Quien las tiene?”
Preguntas que me fue haciendo cuando dejé los gurises detrás, mientras escuchaba el “cuarta y quema cuatro”. Dónde están las bolitas. Las taparon el asfalto y los juegos en línea, las mató internet, los celulares. ¿Se fueron al olvido como los potreros y las cometas hechas con tacuara y medias viejas? ¿Dónde fueron?
O mejor dicho. ¿Volverán?