Dolarización

Por Andrés Asiain

El diputado Javier Milei propuso dolarizar la economía para terminar con la inflación. Según el economista liberal, el primer paso sería implementar la «banca Simons», un proyecto que elaboraron los economistas de la Universidad de Chicago en la década del 30 del siglo pasado.
Esta reforma, que implica subir los encajes bancarios al 100% para que los bancos no tengan autonomía para crear financiamiento, fue aplicada en Argentina durante los tres gobiernos de Juan Domingo Perón bajo el título de «nacionalización de depósitos». Una política que se utilizó para dirigir el crédito desde el Estado quitando esa atribución a los bancos.
En el caso de Milei, la «nacionalización de depósitos» sería el paso previo a la conversión de los mismos al dólar, tal vez previa confiscación forzosa de los ahorros para canjearlos por algún bono. Las escasas reservas del Banco Central vuelve inviable la dolarización salvo que se confisquen los depósitos o se genere una hiperdevaluación que licúe el valor de los pesos en relación al dólar.
Aún si se lograra dolarizar la economía, esto no terminaría con la inflación. El resultado sería una inflación en dólares que licuaría rápidamente el colchón de competitividad generado por la devaluación previa a la dolarización. Esta situación parece ser advertida por Milei quien señala que después de la dolarización “la inflación seguirá por 18 meses”. Lo que no menciona es la fuerte pérdida de competitividad que ello implicaría para la producción local frente a la importada, justamente cuando propone acompañar la dolarización de una apertura comercial.
La consecuencia sería el cierre masivo de empresas y líneas de producción incrementando el desempleo. Sólo después que la crisis alcance niveles alarmantes empezará a tener efecto sobre la tasa de aumento de los precios.
Dolarizar tampoco resuelve cómo hacer frente a los pagos de la abundante deuda externa recientemente refinanciada. Mucho menos soluciona el déficit comercial y de turismo. Tampoco es un antídoto frente a la pérdida de reservas por la persistente fuga de capitales, ya que los excedentes en dólares podrían no ser depositados en el sistema bancario local.
La diferencia es que, en lugar de una devaluación, el déficit externo bajo dolarización genera una drástica reducción de la moneda en circulación hasta comprometer el mínimo funcionamiento de la economía. Algo similar a lo ocurrido en la agonía de la convertibilidad cuando las provincias respondieron creando cuasimonedas y el pueblo desocupado, el club del trueque.