David Bueno
A esta altura del año a casi todo el mundo le da por hacer balances personales. Un tiempo que nos invita a hacer un recuento de los logros y reveses del año. ¿Cuántos de esos objetivos que nos habíamos planteado para 2021 advertimos que no podremos alcanzar? Y aunque el azar juega su parte, lo más probable es que lo que haya flaqueado fue nuestra fuerza de voluntad. A nivel cerebral la fuerza de voluntad necesita ser recompensada. Pero normalmente la recompensa esperada, que es lo que nos permite mantener la atención y el interés, se demora. Entonces, la tentación de sucumbir a los placeres inmediatos se hace cada vez más fuerte. La única manera de mantenernos firmes a pesar de todo es a través de la motivación. La motivación es un estado interno que activa, dirige y mantiene la conducta hacia metas o fines determinados. De hecho, la misma motivación es también fuente de recompensa y placer, y se relaciona con otras facultades mentales como el optimismo. La motivación depende también de la dopamina. Cuanto más altos son los niveles de dopamina, menos nos cuesta esforzarnos en conseguir una recompensa más valiosa que la recompensa fácil e inmediata. Claro que no todo el mundo muestra los mismos niveles de fuerza de voluntad. En las diferencias interpersonales intervienen dos factores. El primero, genético. El sistema de la dopamina se basa en el funcionamiento de diversos genes. Según qué variantes génicas tengamos, su funcionamiento será más o menos eficiente. El segundo factor es el entrenamiento y la educación. Porque sí, la fuerza de voluntad se puede entrenar. ¿Cómo? Simplemente usándola. Cada vez que la utilizamos, favorecemos conexiones neuronales que fortalecen el comportamiento que perseguimos. El truco está en imaginar recompensas lejanas para que alcanzarlas implique un cierto esfuerzo, pero a la vez lo bastante cercanas para que las percibamos como asequibles. Si los propósitos anuales nos cuestan, más nos valdría empezar por un día. Sin estresarnos, puesto que una de las consecuencias del estrés es que disminuye la funcionalidad de las áreas racionales del cerebro. Ya iremos alargando en el tiempo los buenos propósitos a medida que nuestro sistema dopaminérgico, la corteza cingulada anterior y la corteza prefrontal estén más entrenados. Nadie es capaz de correr una maratón el primer día que se calza las zapatillas. Por más determinación que demuestre.