Debe ser la última

A esta altura, pocos se atreven a negar el éxito de la negociación que llevó adelante el Gobierno argentino, en pos de reestructurar la deuda externa. Esa cuenta impagable que Macri nos dejó a todos los argentinos y argentinas, como contracara de la “fiesta” fugadora de la que, durante 4 años, se sirvieron sus amigos. De acuerdo con esa cuenta, la Argentina hubiera tenido que pagar, en los próximos 5 años, más de u$s30.000 millones. Tras la negociación, esos pagos se redujeron a u$s4.500 millones. La tasa promedio que “el mejor equipo de los últimos 50 años” nos había legado alcanzaba al 7%. Ese nivel, a todas luces desorbitante, pudo reducirse hasta el 3,07% promedio, en los nuevos títulos del canje que ofrecerá la Argentina. Despejar el horizonte financiero, máxime para un país como el nuestro, que venía de una recesión de 2 años, desempleo en 2 dígitos, pobreza entorno del 40% y desigualdad en alza, cuando llegó el Covid-19, no es poco. Y no lo es porque el alivio que significan esos menores (¡mucho menores!) pagos, le da a nuestro país el aire para sostener políticas orientadas al cuidado de la vida –en todas sus dimensiones-, mientras dure la pandemia, y de reactivación productiva, en la hora de la reconstrucción, relajando tensiones cambiarias. No es poco, además, que Argentina haya podido imponer el sustrato conceptual de la negociación, privilegiando el criterio de sostenibilidad. Es decir, el de construir un acuerdo que refleje la capacidad objetiva de nuestra economía para cumplir con los compromisos que se asuman, mientras se recorre un sendero de crecimiento, donde la tracción de la demanda a través de un rol trascendente del Estado será determinante, y de fortalecimiento de nuestro perfil exportador, como fuente genuina de generación de divisas.
Las buenas noticias, sin embargo, no deben llevarnos, de ninguna manera, a olvidar que, si llegamos a este punto, donde nos encontramos reestructurando nuevamente la deuda y a poco de comenzar una negociación con el FMI, no fue por causas naturales, sino porque detrás hay una historia. Una historia de la gestión de la deuda, en el marco de la cual, el año 2015, significó un quiebre en el sendero que la Argentina venía recorriendo.