Señor director:
Lo que vemos y escuchamos no son más que suposiciones. Suponer es una tendencia típica de la mente, y la mente supone veinticuatro horas al día. Los humanos suponemos todo el tiempo. Antes de que naciéramos, aquellos que nos precedieron en el tiempo crearon una masa crítica de suposiciones, una ensoñación colectiva de especulaciones mentales en la que hemos ido quedando atrapados desde el momento de nacer hasta la fecha.
Las tradiciones son sueños colectivos hechos de miles de suposiciones que, convertidas luego en creencias, normas y reglamentos constituyen las diferentes culturas de los pueblos.
Nacimos con la capacidad de suponer y los seres humanos que nos precedieron nos enseñaron a suponer de la forma en que lo hacían sus antepasados. La tradición así formada y reforzada tiene tantas normas reglamentarias que cuando nace un niño se le hace captar enseguida su atención para introducirlas en su mente. La tradición usa a la familia, la religión y la escuela para enseñar a cada individuo a suponer desde el mismo comienzo de su vida.
La ingeniosa suposición es lo que más vende. La entera humanidad se ha habituado a suponer y teorizar, creando una tradición cultural basada en referencias ambiguas y conclusiones infundadas, las cuales fomentan la mentalidad materialista cada vez más extendida a través de infinidad de temerarios profetas y oportunistas mercantes de la suposición.
De niños, los adultos captaban nuestra atención y, por medio de la repetición (o coerción), nos introducían la información reciclada que ellos heredaron, y así fue como aprendimos todo lo que sabemos. Prestándoles atención asimilamos la tradición de sus mayores: sus ideas y creencias, qué es lícito o ilícito, qué es bueno o malo, qué es bello o feo, qué es correcto o incorrecto, etc. La “tabla de valores” ya estaba allí: el conocimiento, los conceptos, las referencias fundamentales y todas las reglas sobre la manera de comportarse en este mundo. De manera que, hoy día, nadie duda de que su saber es legítimo, no porque en verdad lo sea, sino porque está basado en una “tradición” de suposiciones de la todos se han acostumbrado a no dudar.
La ignorancia maquillada con frases efectistas aparece diariamente en los periódicos y convierten en selvas engañosas las páginas de los libros. La televisión, cine y redes sociales, espejos de opinión, compiten entre sí para reflejar las diversas concepciones de escritores, gobernantes y engañadores de todo tipo, produciendo esperpentos denominados “modernidad”, “vanguardismo” y “democracia”, que bien podrían llamarse “cacarear”, “aullar” y “rebuznar”. Suponer crea un endeudamiento kármico tan grande que si los implicados (terroristas, gobernantes, escritores, columnistas y bloguers) lo supieran, se morirían de miedo.
Lucas Santaella