Crimen sin castigo. Una deuda de justicia que avergüenza

El crimen de Flavia Schiavo sigue impune 25 años después.
Por Clelia Vallejo Profesora – Periodista

En materia de justicia nuestra ciudad cuenta en su haber con una deuda muy pesada: no hubo condenados por el horrendo homicidio de la estudiante Flavia Schiavo. La principal acreedora de esa justicia fue su familia y en particular su madre, Elida Coraza, quien dejó jirones de su alma en una lucha titánica, que al final perdió. Flavia Schiavo apareció muerta en nuestra ciudad en el año 1999, precisamente el 12 de junio, en un terreno baldío en cercanías del estadio Simón Plazaola, de barrio San Isidro Labrador. Hacía dos días que había desaparecido. La joven tenía 21 años y estudiaba en el Profesorado del IES Victoria Ocampo, que funcionaba en la Escuela Normal Mariano Moreno. Hubo dos juicios y ningún condenado. Siete personas fueron imputadas pero quedaron libres.
Todo comenzó con la denuncia de su desaparición el día 10 de junio. Hubo quienes dijeron haberla visto en la fila de un banco de donde se fue en su moto azul de baja cilindrada. Otro testigo agregó que la había visto cruzar el puente de Banco Pelay en su vehículo acompañada por un joven que pareció ser uno de los acusados.
La Policía inició la búsqueda, pero también lo hicieron por su parte su padre y su hermano. Ellos fueron los que encontraron su cartera y otros efectos entre la vegetación camino al Pelay, pero nada más.

Crueldad indescriptible
El día 12, un perro apareció detrás de la cancha de Atlético Uruguay, en barrio San Isidro, llevando en su hocico parte de un brazo. Vecinos recurrieron a un policía que vivía en la zona, quien llegó hasta el lugar donde se hallaba el cadáver de la víctima y se encontró con un cuadro horrendo: el cuerpo estaba eviscerado casi en su totalidad, con un brazo mutilado a la altura del codo y parte del otro descarnado hasta el omóplato; tenía varias costillas fracturadas por golpes, el cuero cabelludo arrancado y puesto a un costado del cráneo, el rostro descarnado… esta descripción no obedece al morbo, sino a recordar la crueldad inefable de sus asesinos.
Los forenses concluyeron que la joven había recibido golpes que destrozaron sus costillas, un balazo letal en la nuca y huellas de un golpe, aparentemente dado con una maza, también en la cabeza. Además, había sido degollada. Sin embargo, no había sangre en el lugar donde se halló el cadáver. No había sido violada, pero sí desnudada y vuelta a vestir, ¿tal vez para quitarle las vísceras? En una entrevista con LA CALLE, Elida Coraza manifestó que sólo pudo ver la parte de un antebrazo de su hija en la morgue, ya que el resto del cuerpo permaneció tapado con una sábana. Seguramente, el corazón de esta madre no hubiese podido soportar la visión de semejante horror y brutalidad.

El juicio: una burla
Entre los años 2002 y 2004 se realizó el primer juicio que Elida Coraza calificó como “una burla”, dado que de los siete acusados (seis hombres y una mujer), ninguno resultó condenado. El fallo alegó que no se había probado la responsabilidad de los imputados en el caso. La familia Schiavo no se dio por vencida y apeló todas las instancias hasta llegar a la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJ) que revocó lo actuado hasta entonces y ordenó un nuevo juicio; esta vez con dos magistrados de Paraná y uno de Concepción del Uruguay, y con otro fiscal.

Los padres de Flavia Schiavo desconsolados, tras el segundo fallo sin condena.

Audiencias de 2011
Al igual que en el primer juicio, se vinculó el caso al narcotráfico; también sobrevoló la causa la posibilidad de que Flavia había muerto en una especie de ritual umbanda.Esta hipótesis fue abonada por la declaración de un joven transexual que había testimoniado que incluso se habían comido parte de las vísceras de la víctima, tras asarlas en la casa de una mujer que practicaba el umbandismo y que la muerte de la joven había sido perpetrada en un rancho de la zona del ex circuito Mena. El testigo señaló en aquella ocasión a algunos de los acusados como participantes del macabro asesinato. Pero su testimonio resultó insuficiente, poco creíble o contradictorio para quienes juzgaron el caso. Lo cierto es que 12 años después, durante el segundo juicio, este joven se desdijo y mirando a los acusados pidió “perdón a estos señores” por haberlos involucrado.
Al preguntársele por qué había mentido dijo: “De pendejo boludo que era, nomás”. Ahí las esperanzas de la familia Schiavo se hicieron trizas. Elida confiaba en que este testigo decía la verdad. Otra vez los siete acusados quedaron libres de la acusación de “Homicidio calificado por privación ilegítima de la libertad”. Ninguno de los numerosos testimonios fueron considerados determinantes, ninguna de las pruebas de los investigadores tuvo el peso suficiente para respaldar la acusación… nada alcanzó y si hubo otras pruebas, pistas o sospechosos, el tiempo terminó por desdibujarlos.
A la salida del juzgado, tras esta segunda sentencia, se vieron dos imágenes contrastantes: la de una jovencita que festejaba la absolución de su padre manifestando públicamente su alegría y la de Elida Coraza, deshecha en llanto, sin dejar de reafirmar su convencimiento de que a su hija la habían asesinado los imputados absueltos.
Nélida siguió peleando en vano, sola (su ex esposo y sus otros dos hijos ya no residían en la ciudad), hasta que fue a reunirse con su amada niña, pues falleció durante una intervención quirúrgica pocos años después del segundo juicio, en 2016 y a 17 años del horrendo crimen. “¿Cómo no van a encontrar a los asesinos? ¿Acaso mi hija se mató sola?”, repetía desconsolada hasta sus últimos días.
Para esta familia, a casi 25 años del homicidio, ya se han cerrado todas las puertas a las que los ciudadanos tienen derecho a recurrir en busca de justicia. Para los creyentes, quedan abiertos los tribunales del cielo y la esperanza de que frente a ese juez, absolutamente perfecto y justo, nadie escapa. Allí se encontrarán los asesinos de Flavia (sean quienes fueren) cara a cara con Aquel de cuya sentencia no van a escapar, porque como decía su madre: “Mi hija no se mató sola”.