Covid y miedo

Por David Bueno.

El ser humano había construido un mundo cómodo y presuntamente estable, y esta pandemia, ha venido a recordarnos que nuestra vida está llena de cambios inesperados. El mundo es un lugar donde impera la inestabilidad. Está claro que puede pasar cualquier cosa, en cualquier momento y que puede tener consecuencias a medio y largo plazo. Nuestro cerebro se adapta a estos cambios, pero tiene dos formas opuestas de hacerlo. Hay personas que viven todos estos cambios con mucha sensación de miedo y otras con una especie de curiosidad. Entre estos dos extremos hay puntos intermedios, lógicamente.
El miedo es una emoción básica que sirve para protegernos de las amenazas, escondiéndonos o huyendo. En una amenaza real, el miedo puede ser muy útil, el problema es cuando la amenaza es muy genérica y muy dilatada en el tiempo. Con esta pandemia hay mucha gente que enferma y lo pasa muy mal, está claro, pero hay una gran mayoría que no. Por lo tanto, el miedo no es la mejor estrategia en este caso, porque nos bloquea. La curiosidad es un comportamiento mucho más proactivo y dinámico que implica reflexionar continuamente y escoger en cada caso cómo responder de la mejor manera a cada nueva situación. Esto nos permite seguir avanzando haciendo frente a los retos e incertidumbres, en definitiva, nos permite decidir. Cada vez que notemos que tenemos miedo, nos deberíamos plantear si en ese momento el miedo nos es útil o no. Si es que sí, fantástico, pero si en ese momento la amenaza no es inminente, examinemos reflexivamente la situación concreta a la que nos enfrentamos y decidamos que es lo que queremos hacer.
Los niños se adaptan mucho mejor que los adultos; tienen un cerebro mucho más plástico y maleable. La cuestión es cómo esta adaptación les va a condicionar en el futuro. Se están acostumbrando a no tener contacto con otros niños, a mantener grupos burbuja y eso está condicionando su futuro. Somos una especie social, que queremos tocarnos y divertirnos en grupo.
Las restricciones seguirán siendo absolutamente necesarias. Pero la mejor manera de ayudarlos es que los adultos vivamos esta nueva realidad con absoluta normalidad, sin estrés, sin angustia, sin abatimiento, sin tristeza, con absoluta responsabilidad y con alegría de estar haciendo en cada momento lo mejor que podemos hacer en esta circunstancia. Si lo vivimos así, ellos nos imitarán e incorporarán todo ese paquete emocional a su forma de vivirlo.