Cómo viven los padres de los rugbiers el juicio por el asesinato de Báez Sosa

Ayer jueves, Marcos Pertossi bajó de su auto y apuró el paso con el celular posado en la oreja. Entró al kiosco ubicado en la esquina la calle Belgrano al 100, a media cuadra de los tribunales de la ciudad de Dolores donde su hijo y sus siete cómplices son juzgados por el crimen de Fernando Báez Sosa. Allí, compró una gaseosa. Aunque intentó camuflarse bajo la visera, las gafas de sol y el barbijo, al salir del comercio, varios periodistas y cámaras de televisión lo rodearon. El hombre decidió no frenar. Apoyó una mano sobre la otra y, con los codos a la altura de los hombros, fabricó una barrera e ingresó a los empujones al Palacio de los Tribunales. No tenía interés en responder preguntas.

En el interior de la sala de audiencias, Pertossi se quitó la gorra y los anteojos. Tomó asiento en el banco de madera, al lado de la ventana, y esperó la llegada de su hijo, Lucas. Lo vio entrar esposado y escoltado por un agente del servicio penitenciario. En ese instante intercambiaron una mirada. Después, y durante las casi siete horas de audiencia, solo le vio la nuca a través del cerco de trece penitenciarios que lo rodeaba en la sala.

Este miércoles, el Servicio Penitenciario Bonaerense definió el cronograma semanal de visitas para los familiares. Dos horas semanales, en un salón de usos múltiples de la cárcel de Dolores, donde los rugbiers estarán encerrados mientras dure el juicio, lejos del horario común de visitas para presos. El esquema es sencillo: pabellón exclusivo para los acusados de matar a Fernando, como en Melchor Romero, para evitar ataques de otros internos dada su alta exposición, con un recreo de dos horas en un patio.

Marcial Thomsen no estuvo el miércoles a la tarde frente a la Unidad N° 6 haciendo fila para visitar a su hijo. En lugar suyo, fueron su mujer Rosalía Zárate y su otro hijo. Llegaron pasadas las 17:45, después de la tercera jornada. Esperaron frente al penal, debajo de un techo de chapa, hasta que los penitenciarios les hicieron señas.

Dos horas más tarde, cuando se retiraban de la cárcel, no solo tuvieron que esquivar a los medios, sino también a una mujer que los interceptó en el camino sorpresivamente. Se acercó a ellos aplaudiendo y, a los gritos, les cantó: “¡Y llora y llora y llora, Thomsen, llora!”.

Ante el incómodo momento, madre e hijo bajaron la cabeza e intentaron esconder sus caras bajo los brazos, mientras el joven alzaba una de las bolsas de comida para usarla de pantalla.

Los Thomsen no fueron los únicos que sintieron esa incomodidad en Dolores. El miércoles, durante la declaración de José María Ventura, el papá de Pablo —el remero falsamente acusado por los rugbiers que pasó detenido cuatro días en un calabozo— sacó a relucir una antigua discordia con Marcelo Comelli, frente al tribunal. Dijo que lo quiso “tomar de tonto” y sostuvo que el hombre le aseguró que “ninguno de estos pibes” lo había nombrado a Pablo como el presunto agresor.

“Todo eso era imposible”, cerró indignado José María. A metros de él, “El Polaco” Comelli lo escuchó inerte.

Lo mismo cuando los llamó “asesinos” y “cobardes” a su hijo y sus amigos.

Sin contar la audiencia de este viernes 6, a los familiares de los rugbiers, les esperan ocho jornadas más de juicio. Para la del lunes 16 de enero y la del miércoles 18, fecha en que se cumplirán tres años del crimen de Báez Sosa, algunos de ellos fueron citados a declarar como testigos por parte de la defensa, a cargo del abogado Hugo Tomei.

Se trata de Rosalía Zárate, madre de Máximo Thomsen; María Paula Cinalli, mamá de Blas; Ana María Tartara, madre de Lucas Pertossi; Érika Edith Pizzatti, mamá de Ayrton Viollaz; Héctor Eduardo Benicelli, papá de Matías; y María Alejandra Guillén, madre de Enzo Comelli. La expectativa por escucharlos crece a medida que se acercan las fechas: hasta el momento jamás brindaron declaraciones, más allá de una frase pasajera a la prensa.

Graciela Sosa, la mamá de Fernando, inauguró el asiento de los testigos el lunes 2. “No puedo creer que chicos de la edad de Fer hayan hecho eso”, dijo a los jueces del Tribunal y a pocos metros de los ocho acusados. Y cerró: “Me incomodó mucho cuando me miraron y no bajaron la mirada. Sentí, como madre, que no estaban arrepentidos para mirarme de esa manera”.